El camino de la buena suerte.
...que no es otro que el camino hacia tus sueños.
Le parecía estar viviendo un momento de sinsentidos y surrealismo de esos que sólo se dan en los sueños ébrios y que sólo en ellos tienen lugar y cabida; él se paseaba por la casa con la naturalidad de siempre, como si su despedida semanas antes no hubiese sido como fue; ella permanecía en silencio, limitándose a observar y pensando que en algún momento él tendría que mirarla de frente y a los ojos y dejar de hacerse el sueco…
Las notas de una canción comenzaron a llenar los espacios que él dejaba a su paso por uno y otro rincón de la casa mientras preparaba café, no sabía si era casualidad, causalidad o si formaba parte de aquel sueño absurdo que se empeñaba en ser cierto pero sonaba India…
Tú preparando tan solo un café,
con la mirada en el suelo
Yo acostumbrándome a hacer el papel
de como que nos queremos
Claro, más claro que el agua
Yo recogiendo la orilla del mar
bajo la alfombra del tiempo
tú descambiando los besos
y la letra de nuestra canción
Claro más claro que el agua
Igual que los gatos no ladran…
La quietud que mostraba anclada en el sofá contrastaba con el revuelo interior que aquella canción despertaba en ella; porque no… no sentía que estuviera más claro que el agua, y es que ¿quién dijo que los gatos no ladran? ¿no era acaso todo posible? ¿no era la vida un empeño continuo y constante por amor al arte, al buen gusto, al mundo y a sus gentes?
Sintió sus pasos y su mirada sobre ella pero no se movió, ni tan siquiera respiró, no era tiempo…
No vamos a llorar
Vamos a olvidar sin lágrimas
los sueños que disfracen la verdad
Camino de la buena suerte
Vamos a lanzar
las muñecas tristes al desván
Y en esta maleta por cerrar
guardaremos nuestra suerte…
Necesitaba despertar… se sentía encerrada dentro de sí misma como el genio en la botella, como Alicia en el cuento, Dorothy en el camino de baldosas amarillas o los niños en el País de Nunca Jamás. Todo parecía girar a su alrededor como en un sueño pero no soñaba o, al menos, no dormía…
Y cuando ya no pudo más, cuando sintió aquella locura como una realidad imperante de la que no iba a despertar jamás, alzó la voz… –oye!– él se paró en seco frente a ella, mirándola seguro y expectante –yo también sé hacerme la sueca– advirtió, –¿Y a qué esperas para empezar?– la retó él… –a encontrar el camino de la buena suerte– respondió ella sin dudar, ya en pie y envuelta su alma en una densa y luminosa calma, lo dijo mirándolo a los ojos sin parpadear siquiera y como inconsciente de la mano que él le tendía haciéndose ver a si mismo como parte de aquel camino o, al menos, de la buena suerte…