Deseo.

Deseó, con la pasión del ansia insatisfecha, que el deseo no despertara de sueño eterno e inquieto. Porque deseó hacer de la quietud, virtud... y acción.

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Cerró el libro con la pereza que se cierran los libros cuando se terminan, con la pena de las historias que se van y de los personajes perdidos, con el temor que despierta siempre saber que has leído un libro bello y útil sin tener la certeza de que el siguiente será igual… o mejor. Era la tercera vez que dedicaba su tiempo al principito rubio que tenía un planeta con una rosa.

Imaginó que aquello era poco más que un sueño ¿para qué puede nadie desear un planeta minúsculo con una rosa? ese no sería su sueño. Puestos a tener un planeta éste había de ser grande y luminoso, contar con mil jardines y otros tantos mares y además oler a Grasse… aunque lo cierto es que prefería soñar con aguas color turquesa que arrojan olas sobre una arena blanca y fina, con paseos cálidos y alegrías constantes, con el sol en la piel y la sal en el alma… y con un unicornio azul, el que perdiera Silvio o tal vez otro.

Y allí estaría ella, sintiendo el calor desértico en la planta de sus pies y en cada poro de su piel, esperando una ola que trajera consigo la frecura que ansiaba, una ola que al marcharse se llevara con ella todo lo viejo y lo feo, lo inútil, lo injusto… todo aquello que causaba dolor. Sería entonces, ya con el alma en pie, la piel serena y la intención intensa cuando aparecería el pequeño e imposible unicornio azul.

Entonces el mundo se transformaría ante sus ojos, la realidad gris ganaría luz y color, el dolor borraría su mera presencia y el amor envolvería a cada corazón roto; entonces, y nunca antes, sería capaz de expresarse a través de sus letras, componiendo con ellas un conjunto armónico de grafías y sonidos que, juntos, cobraban pasión y vida arrastrando cada vez a más gente fuera de su caja de control.

Le molestaba, cada vez más, el extraño pitido de fondo que parecía desconfigurar su mundo ideal…

Para cuando quiso darse cuenta, su mente estaba ya activa y despierta arrojándole a la cara una información obvia y evidente, no había arena ni había mar, ergo, tampoco playa… y los unicornios azules sólo existían en la canción de Silvio Rodriguez.

Y entonces… deseó fervientemente no despertar, no al menos todavía.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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