De gala y juego.

Quizá fuesen los efectos del día hedonista que preparaba o el reverso de su ser bueno, pero le provocaba un inmenso placer verlo revolverse incómodo...

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Acarició aquella invitación que era para ella profundamente evocadora; papel ajado, en apariencia, escudo heráldico, sello y lacre, letra manuscrita… y su excelencia; se alegró por su amiga y compañera de coletas y guardería, la imaginaba feliz con una boda de alto copete, con noble, título, notoriedad y rimbombancia; y en un alarde de hedonismo que pensaba concederse, se alegraba también por sí misma, nunca se hubiera permitido un derroche exagerado en un vestido, pero para ser testigo de un evento como aquel, la alta costura era de obligado cumplimento.

¿Y bien? – preguntó él sabiendo lo que ella barruntaba – ¿el Rolland burdeos, quizá? – la imaginaba en un vestido como aquel, en un color profundo, el encanto de las telas al aire y el toque majestuoso del cuello elevado – quizá… – respondió ella sin despistar su mirada de los dorados de Vauthier… y lamentando que el blanco fuese un color prohibido en aquella ocasión.

El azul eléctrico y brillante de Armani parecía perfecto… también el que tendía al gris de Yinqin Yin; el rojo de Valentino era puro atrevimiento… y osadía el de Valli; la apuesta segura era Elie Saab, casi tanto como Chanel, le gustaba Jean Paul Gaultier aunque le parecía excesivamente burlesque para aquella ocasión… y siguió paseando largo rato la alta costura de París,Dior, Sorbier, Fournié, Jossé, Van Herper, Gustavolins…

Buscaba el equilibrio perfecto entre atrevimiento y elegancia, discreción y ostentación, color y calor… buscaba algo así como un disfraz para un día, para ser otra en sí misma durante unas horas, soltar a su yo hedonista en busca de la satisfacción propia… buscaba un atuendo en el que sentirse cómoda y distinta, ella y otra… Y por eso a pesar de las vueltas y paseos de colección en colección, volvía siempre a Versace

Colores cálidos, voluptuosidad justa, estampados de luz… el punto barroco de siempre, hermanado con la elegancia y el buen gusto, la clase y el estilo… Rosado y oro, como un champagne, le recordaba a la rosa de Mónaco y su gracia, le pareció perfecto.

Y luego estaba su toque personal, su gusto por las mezclas y los contrastes; imaginaba ya el Versace en su piel y en su muñeca, para ver pasar el tiempo hasta que sonaran las 12 y el cuento terminara… las joyas de Marta Salinas o quien sabe si un toque de papel, el aroma de la alquimia del mediterráneo en un día de ensueño y de cuento; un día especial, único, diferente, irrepetible… habría otros, sin duda, tanto o más especiales… pero aquel sería inolvidable.

Él la observaba sintiendo un cierto malestar, jamás se reconocería a sí mismo tal cosa, pero ella sabía que su ser apasionado de uso diario y vida de hoy y de mañana, no podía llevar bien el renacer de un tiempo pasado al que él era ajeno, la acompañaría al gran evento, sin duda, pero desconocía a los firmantes de aquella invitación de lacre y heráldica, venía de otra vida, la de ella antes de él.

Ella no tenía la menor intención de mitigar su malestar ni ahuyentar sus celos… quizá fuesen los efectos del día hedonista que preparaba o el reverso de su ser bueno, pero le provocaba un inmenso placer verlo revolverse incómodo en el sofá…

Le mostró la botella de Ysabella Regina con cierta picardía… – ¿preparamos algo? – sugirió… él aceptó de buen grado, sabiéndose perdido en su juego… y sin intención alguna de encontrarse.

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