Danza.

Hacía mucho tiempo que había descubierto cuanto en común tenía la vida y la danza... Las dos podían mostrar un rostro bello y armónico escondiendo tras su belleza un profundo mundo de emociones.

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Se sentó junto a la ventana, dejando que el sol de invierno se colara entre las cortinas e iluminara su vida y lo hizo con una fotografía entre sus manos, era ella, tiempo atrás, tanto tiempo que le costaba recordarlo… Era ella. Sentada en el suelo con sus zapatillas de ballet en los pies. Por aquel entonces todavía se dejaba llevar por la danza.

Era una imagen bella, todas las que guardaba de aquella época lo eran: las zapatillas perfectamente anudadas, los tules suaves y elegantes, aquellos colores y ella misma, una niña que iba dibujando su cuerpo en cada clase de ballet, en cada baile, en cada danza. Le resultaba curioso recordar aquella época y hacerlo mirando las fotos porque lo cierto es que sus recuerdos iban mucho más allá de lo que la cámara había logrado captar.

Ella recordaba los días fríos de invierno con las manos ateridas y los pies helados tratando de ponerse sus zapatillas de ballet; recordaba el alivio que sentía al quitárselas tras las clases y el dolor que impregnaba todos sus músculos al día siguiente si la danza había sido exigente. Las cosas no eran como parecían, tampoco en las clases de ballet.

Con el tiempo había aprendido que la belleza no estaba en la falda de tul ni tampoco en las zapatillas de ballet, ni tan siquiera en su rostro aniñado y descubierto con el pelo recogido en un moño alto; la verdadera belleza era la profunda satisfacción que sentía cuando lograba sobreponerse al cansancio y al frío, cuando sus giros eran perfectos y su postura incontestable, cuando el movimiento de su cuerpo acompañaba a la música como si flotara… la belleza estaba en lo que mejoraba cada día respecto al día anterior.

Se levantó y dejó la fotografía en un cajón mientras pensaba en lo mucho que había cambiado su vida desde entonces… y lo poco que había cambiado en realidad; era más vieja y estaba más cansada, su piel no tenía el brillo de entonces y su sonrisa había perdido la inocencia de entonces… solo que ahora cada sonrisa era un tesoro porque lograba dibujarse a través de un millar de incertidumbres y de algunas certidumbres feas.

Se miró al espejo y observó su rostro, la huella del tiempo sobre él… y su pelo, recordó como pocos años después de aquella foto se había prometido llegar a su ancianidad al borde mismo de sus fuerzas, habiendo vivido plenamente, arrepintiéndose de todo y de nada y… despeinada. Sonrió ante su pelo rebelde y pensó que tampoco era cuestión de salir a la calle mostrando de modo tan claro que habían pasado tormentas por su vida y por su cabeza así que tomó el peine y puso cierto orden en su corta melena.

Antes de cerrar la puerta asomó la cabeza hacia el espejo de la entrada y se aseguró de tener, todavía, margen para despeinarse.

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