Cuentos de agua y sal.
Las prendas de baño son para la vida...
Un domingo luminoso en el mes de mayo envolvía el ambiente en tal calidez que resultaba imposible no pensar en el verano que estaba por llegar; sería un verano alegre y brillante en el que el agua acabaría por ser protagonista porque siempre era así y porque no podía ser de otro modo.
Pensando en luminosidad y calor y en los momentos de agua salada la llevaba a pensar en sus prendas de baño; se acercó al armario y comenzó un breve repaso… demasiado brillante, demasiado oscuro, incómodo, muy visto, algo gastado… y así fue descartando de entre los suyos todos los biquinis, cosa que sabía que ocurriría porque de lo contrario no podría deleitarse en adquirirlos nuevos.
Al grito de ‘¡no tengo nada que ponerme!‘ se lanzó a recorrer las calles en busca de las prendas de guerra más valiosas de un verano…
El fondo de armario, en lo que a prendas de baño se refiere, debía ser tan rico y sugerente como lo era el armario entero porque, también en biquini, había ocasiones para cada estilo: había tardes de amigas y piscina que exigían poco glamour y mucho margen para el bronceado y también para la diversión; luego estaban las tardes de amistades más ligeras que animaban a un punto extra de elegancia aunque en prendas de baño; si había algún interés adicional tocaba entonces añadir a la elegancia cierta sofisticación y, si el interés era además de cierto intenso, resultaba irrenunciable el toque de maquillaje waterproof.
La elección del biquini no era sólo cuestión de estilo u ocasión, también lo era de color: blanco en Ibiza, prints animales y florales rumbo a playas lejanas, el negro siempre y en todo lugar, al igual que los prints florales y el rojo… el rojo para matar.
Tampoco podía olvidar que a la playa no se va sólo y exclusivamente en biquini, sumó la idea de algún bañador por aquello de los momentos más deportivos y también de algunos vestidos playeros, prendas de quita y pon que hacían fácil el trasiego de casa a la playa y de la playa a casa, de regreso.
Y por supuesto las sandalias o cabe que incluso alguna chancla por más que le pareciesen lo peor para el buen estilo y la sutil elegancia sobre la arena o el césped; ¿quién dijo que la maleta de verano era fácil? se preguntó mientras caía en la cuenta de aquello no había hecho más que empezar, que se había quedado únicamente en la prendas de baño…
Claro que su preocupación tardó poco en teñirse de risa y carcajada porque si se sentía tan en paz consigo y con el mundo que podía enfocar su disgusto en qué ponerse o quitarse para zambullir su verano en el mar… allá penas y que fueran llegando los cuentos de agua, sal y verano.