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cerrarCon un bol de palomitas.
Calientes, recién hechas, indispensables para descubrir una película...
Evasión y victoria, pensó parafraseando aquella película en la que la cuestión era elegir lo uno o lo otro, en su vida no era así, en su mundo la evasión la llevaba a la victoria. Y no había mayor ni mejor evasión que una película y un bol de palomitas.
Y aquella tarde no sería una película sino dos, porque no habían logrado ponerse deacuerdo acerca de cual ver y ninguno esta dispuesto a negarle al otro su elección, menos si cabe en una tarde fría de domingo y de febrero como aquella en la que las ganas de calle brillaban por su ausencia.
Escuchaba el chisporroteo que escapaba del microondas ya acomodada bajo la mantita del sofá, mientras el medía tiempos y preparaba el bol; el baile de ruidos de la cocina le resultaba profundamente evocador y, sin apenas darse cuenta, estaba en su cocina de niña, en el tiempo en que las palomitas saltaban en la sartén al hacerse.
Cientos de historias y películas se apelotonaban en su cabeza, tantas vistas y tantas vueltas a ver, cuántas soñadas y cuántas sentidas como si hubiesen sido historias propias… y es que, de siempre, salir de si misma y de su piel, evadirse de su vida y su mundo, había sido el modo de oxigenarse y respirar.
Para entonces ya estaba él acomodándose junto a ella con el bol de palomitas entre ambos; bastó un qué piensas para arrancar una idea y, sin darse apenas cuenta, se enfrascaron en una conversación de evocaciones y sueños mientras las palomitas volaban de boca en boca.
Por aquel salón que compartían pasaron personajes de todo porte y procedencia mientras ellos daban forma a la historia de sus cines; ella recordaba a Audrey y a Bergman porque había perdido la cuenta de las veces que había estado de vacaciones en Roma o en Casablanca pensando París; claro que también había hecho suya la tesis de Amenabar y lo que contaba de los otros sin perderse tampoco lo que Almodovar contaba sobre su madre; él en cambio era muy Eastwood y bastante Cohen, también de Al Pacino y de De Niro porque lo suyo era vivir sin perdón ni permiso, un vivir sin más y sin menos, con atrevimiento, pasión y descaro.
Las risas se desataron cuando se dieron cuenta de que las palomitas habían volado y ellos no habían pulsado el play, y es que se les había ido media tarde en hablarse mirándose a los ojos, abstraídos de nada que no fuesen el uno y el otro, las ilusiones pasadas y los sueños futuros, sueños algunos imposibles, casi impensables. Fue entonces cuando él le advirtió… –recuerda que los sueños no son gratis, no si quieres cumplirlos-.