Cigarra.

Érase una vez un fábula que desvela el sutil equilibrio en que vivimos... o no.

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La pequeña cigarra, coqueta y divertida bajo el sol, corría hecha unos zorros y haciendo equilibrios tratando de huir de las gruesas gotas de lluvia que se colaban entre las copas de los árboles. ¿Cómo era posible aquel tiempo?, se preguntaba, tenía frío y hambre, sus ropas estaban hechas un desastre y apenas salía un hilo de voz de su garganta, utilizando el violín para mal protegerse de la lluvia, continuó su camino en busca de un refugio y algo de comer.

Entonces, casi por casualidad, descubrió la entrada del hormiguero; veía salir un hilillo de humo que le hacía pensar en un hogar cálido con algo calentito que llevarse al estómago, se acercó con el ánimo de pedir ayuda, de mendigarla incluso, necesitaba entrar en aquel lugar –¡qué caramba!- pensó, ella había puesto música a la primavera y el verano a todas las hormigas mientras ellas no hacían más que recolectar avariciosamente, lo menos que podían hacer era darle refugio…

En la misma entrada del hormiguero una pequeña hormiga escuchó a la orgullosa y descarada cigarra asegurándole que debía esperar justo ahí, en la puerta, porque ella no podía decidir sola quien entraba o salía de su hogar. Lo que la cigarra no podía imaginar era el revuelo que iba a organizar su petición dentro del hogar de las hormigas.

La reina observaba con atención la discusión que en que se habían enzarzado sus hormigas, las obreras -que eran las que habían conocido a la cigarra en primavera, durante sus incursiones exteriores en busca de comida- estaban muy alteradas, algunas se negaban en rotundo a ayudar a la cigarra y recordaban a viva voz las críticas que ésta les había propinado durante el tiempo cálido; la reina detectó que alguna obrera encogía las antenas y como si aquella discusión no fuese importante porque tenían comida suficiente como para compartir un poco con la cigarra.

A la reina le resultaba interesante ver como las enfermeras -las hormigas que se dedicaban al cuidado de las recién nacidas y que nunca habían abandonado el hormiguero- estaban de lo más emocionado y no hacían más que menear las antenas pidiendo que entrase la cigarra para dar un concierto, habían oído hablar tanto de ella durante la primavera que no podían ocultar sus deseos de escucharla cantar.

El revuelo se iba multiplicando por momentos y, casi de repente, comenzó a menguar… sucedió cuando algunas obreras comenzaron a sugerirse en voz baja que tal vez debiera ser la reina quien tomara una decisión; poco a poco el hormiguero fue ganando su habitual sosiego mientras todas las hormigas miraban a la reina.

La reina miró hacia sus hormigas todavía con eco de sus proclamas en sus oídos –¡hay que compartir! ¡a la cigarra ni una miga de pan! ¡somos privilegiadas, lo menos que podemos hacer es compartir nuestra riqueza! ¡pero si es una vaga! ¡egoísta! ¡inconsciente! ¡incauta!-.

No somos privilegiadas– dijo la reina mirando a sus enfermeras –somos un equipo bien organizado al que todas aportamos lo mejor de nosotras mismas y nuestro esfuerzo, gracias a eso tenemos esta riqueza añadió señalando con las antenas hacia la comida que tenían almacenada; las obreras levantaron orgullosas sus cabezas, ellas eran las artífices de aquella despensa pero entonces la reina se dirigió a ellas.

No somos egoístas ni avariciosas, trabajamos para vivir, queridas mías, no vivimos para trabajar-. Fueron entonces las enfermeras las que se movieron denotando cierto orgullo, seguro que la reina dejaría entrar a la cigarra y tendrían fiesta

La cigarra no puede entrar– sentenció la reina –pero compartiremos nuestra comida con ella– añadió dejando estupefactas a obreras y enfermeras. –Pero majestad…– trataron de protestar una obrera y una enfermera a la par, pero la reina las hizo callar con un sólo gesto de antenas.

Os puede lo vivido y lo comprendo dijo la reina –a vosotras– añadió mirando a las obreras –os hiere ver a la cigarra que se reía de vosotras en verano, llevarse parte de la comida que con tanto esfuerzo habéis recolectado y a vosotras continuó, ahora mirando a las enfermerasos pueden las ganas de vida, de la vida que no veis encerradas como estáis en el hormiguero, creedme que os comprendo a todas pero hay algo en lo que ninguna de vosotras ha pensado…-.

Ésto es un hormiguero, tenemos pequeñas hormigas a las que enseñar  lo que deben hacer, si la cigarra entra aquí ¿qué aprenderán?dijo la reina, a lo que una obrera respondió con convicción:que pueden no trabajar, que alguien las cobijará después. –Pero- apostilló una enfermera –si no ayudamos a la cigarra nuestras hormiguitas aprenderán a ser avariciosas…– –Cierto– respondió la reina –por eso compartiremos nuestra comida con la cigarra-.

Las hormigas asintieron ante su reina, algunas más convencidas que otras por la salomónica decisión que ésta había tomado, pero sabiendo en el fondo que había mucho de razón en lo que decía… la vida en el hormiguero era una suerte de equilibrio en el que el trabajo y el esfuerzo eran esenciales, pero también la generosidad y la colaboración, no podían permitir que la cigarra rompiera aquel equilibrio con su falta de trabajo y esfuerzo pero tampoco podían romperlo ellas por falta de generosidad.

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Es casi innecesario decir, por obvio y evidente, que esta pequeña fábula está recreada sobre una grande y célebre, la cigarra y la hormiga, fábula atribuída a Esopo y recreada por Jean de la Fontaine y también por Samaniego.

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