Con el tiempo a favor.
No hay más tiempo que el tiempo de vivir... y vivir es siempre hacer.
No solían celebrar los cumpleaños, se les escapaba un ‘demasiado largo me lo fiáis‘ cuando oían aquello de cumplir muchos -años- más, ellos eran más de celebrar los días, las horas y hasta los minutos porque en su compás se teje la vida y dibuja el futuro.
Claro que había años, momentos y excusas; y un año más, como un año nuevo, podía ser una buena excusa para concederse un buen gusto; además, celebrar los cumpleaños ajenos, no dejaba en el sentir aquella inevitable sensación de un año más por detrás y uno menos por delante, del tiempo pasado que huye y se escapa atrapando en él tantos planes y proyectos, tantos quieros que se quedaron sin su puedo y que quizá ya nunca encuentren su ser.
Optó por vestirse estilo gipsy, en rojo y negro anudando la blusa al cuerpo y dejando la cintura al aire de verano, además de subirse a un tacón de escándalo desde el que podría caminar a su lado mirándole a la cara sin tener que elevar su rostro. Él la esperaba ya, vestido en ese punto y tono de naturalidad y fingido descuido con el que disfrazaba su ser coqueto y elegante.
Llegaron pronto al restaurante, a tiempo de brindar juntos en la barra por el tiempo pasado y venidero, por los sueños ya cumplidos y también por los perdidos, sin olvidar nunca los que ansiaban ver convertidos en su realidad de cada día al paso de un poco más de tiempo. Y eso estaba, al fin y al cabo, asegurado, porque si algo no faltaba jamás a su cita de cada día en sus horas, minutos y segundos, era él… el tiempo.
–¿Y qué importa el tiempo?– dijo él mirándola a los ojos… y sonrió –una vida de 100 años puede ser una eternidad o un breve espacio de tiempo y a estas alturas de la mía sé que la sentiré breve– ella hizo un gesto en el que cifraba su lamento por aquel sentir que se le antojaba doloroso, pero a él no pudo menos que escapársele una carcajada –niña– dijo –el tiempo no importa ni existe, no es más que una entelequia, un invento o cualquier cosa; no importa un año más, ni dos, ni diez, lo único que importa es lo que hacemos, ni tan siquiera lo que dejamos de hacer porque entonces la vida no es vida, en un respirar sin vivir, nada más-.
Brindaron por la inexistencia del tiempo, por lo absurdo de sus medidas y por tanto como soñaban hacer en él.
Tras el brindis, el aire y la noche, el caminar pausado y tranquilo, las risas, los encuentros y los besos, los buenos amigos y los mejores recuerdos…
Hicieron caso omiso del tiempo del día y de la noche, vieron amanecer sin haber cerrado los ojos todavía y obviaron el sol de la mañana para encontrarse piel con piel en la intimidad de la seda y los interiores vestidos.
Tiempo de amar y soñar, de compartir, reir y vivir, de arrimar el hombro y el cuerpo entero, de sonreirse a los ojos y a la boca… tiempo de vivir porque, en realidad, no hay más tiempo que el tiempo de vivir… y vivir es siempre hacer.