Bob Dylan, Premio Nobel Literatura.
Érase una vez un Nobel y 10 escritores noveles.
Sonaba Dylan porque aquella mañana de domingo el viento se había llevado algo más, algo volaba alto hasta perderse lejos de ella, dejando un extraño vacío tras de sí…
El día había amanecido triste, gris, casi invernal y no era extraño; camino de noviembre no se podía pedir mucho más al tiempo que horas para disfrutarlas al calor de una chimenea y bajo una buena luz, una de esas que iluminaban los libros mientras devoraba sus letras. Los domingos fríos eran siempre endemoniadamente tristes… hasta que se acercaba a su estantería secreta y acariciaba las viejas ediciones que tantos años llevaban con ella, que tantas veces le habían regalado sus letras.
¿Con quién pasaría el domingo? la liturgia de la elección era también importante; se plantó en jarras frente a la estantería, la recorrió con la mirada antes de adelantar sus manos y acariciar el papel; comenzó por James Joyce porque era su espinita clavada en el alma, nunca había logrado hacerse del todo con su Ulises y aquel no era tampoco el día de intentarlo; no sentía deseo alguno de transformarse ni transformar nada, únicamente ansiaba evadirse, así que no sería tampoco un domingo kafkiano; tampoco tenía el ánimo para muchos cuentos, a pesar de ser domingo, y eso le hizo descartar al hombre de una novela, Juan Rulfo; junto a él estaban Borges y Cortázar, dos genios que se le hacían aquel día intensos en exceso para huir hacia delante con ellos; se dejó tentar por un escritor más aventurero, uno de esos que tienden a escribir con doble fondo, allí estaba el padre de la literatura norteamericana, Mark Twain, de cuya pluma habían salido las maravillosas Aventuras de Tom Sawyer; estaba también Ezra Pound, el poeta de la generación perdida que acabó por perderse a sí mismo… o tal vez en sí mismo; llegó entonces al rincón reservado a Graham Greene y pensó que tal vez fuera oportuno detenerse en la historia de una cobardía; junto a Green estaba Tolstoi por partida doble, con su inolvidable Karenina y con su grandiosa guerra y paz…
Había también una mujer entre tanta pluma con nombre masculino, una que la llamaba regularmente desde la estantería, Virginia Woolf, y supo que pasaría lo que quedaba del día con la señora Dalloway.
Ahora que tenía al cómplice literario del domingo entre sus manos, ahora que el café estaba a la temperatura justa para degustarlo, ahora que Dylan seguía sonando -insepareable letra y música, canciones- y antes de colocar de nuevo sus libros en la estantería, repasó una vez más sus nombres… Borges, Kafka, Greene, Pound, Tolstoi, Twain, Rulfo, Cortázar, Woolf y Joyce… ninguno de ellos había recibido el Premio Nobel de Literatura, ni uno solo de ellos… y le apasionaban sus letras; tal vez, pensó, es que nunca había sido ella muy dada a hacerse la sueca.
Mientras se acomodaba en el sillón, con su libro y su café, cayó en la cuenta de un detalle más… no, no era en menoscabo de la literatura que Dylan recibía el Premio Nobel en esa disciplina, era en menoscabo de la música, que no había tenido nunca consideración Nobel por parte de la Academia Sueca.
Aquella semana, después de varios años frunciendo el ceño ante algunos de los nuevos Premios Nobel, sintió como volaba en el viento, al son de Dylan, su confianza en el valor de tal premio y se arrellanaba en su ánimo la sensación cierta de que había mucho más de interés y moderna corrección política que de reconocimiento del talento en aquel espectáculo nórdico.
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Siéntase cada quien libre de alabar la decisión de la Academia Sueca de otorgar el Nobel de Literatura al bueno de Dylan o de no compartir tal alabanza. Yo por mi parte me siento libre de decir que la música es un arte así reconocida desde el renacimiento -se nombraron entonces seis artes aunque no se numeraron, eran éstas: pintura, teatro, arquitectura y escultura (reconocidas como un único arte), música, danza y literatura-; ya en el S.XX, se publicó el manifiesto de las 7 artes que ordenaba las 6 clásicas y les sumaba una más, el cine, como séptimo arte. Es pues, la música, un arte en sí misma, no es literatura, no es tampoco ninguna de ambas artes más grande ni importante que la otra, lo que sí son, son disciplinas distintas.
Y además, permítanme una confesión, que Dylan reciba el Nobel de Literatura que le fue negado a James Joyce y Mark Twain -probablemente, tras Shakespeare, los más grandes escritores en lengua inglesa que en el mundo han sido- me sonroja.