Horizonte.
El futuro se dibuja siempre mirando hacia el horizonte...
Se acomodó en la terraza de su habitación mirando hacia el horizonte, una visión de cielo y mar que tendía a cautivarla; desde aquella altura podía observar el latido de la ciudad, sentir su aroma intenso y especiado y verla bailar al son del fuego del atardecer pero sus ojos apenas podían despegarse del horizonte…
Y es que el horizonte era para ella el destino, el lugar hacia el que caminar cada día aun sabiendo que tras él sólo quedaba el abismo porque, en realidad, el horizonte, como el destino, no existía, era sólo un espejismo que no cobraba vida y sentido hasta el momento en el que manos, cabeza y corazón caminaban hacia él creándolo a cada paso, hasta que la tierra con su continuo girar provocaba un espejismo en el que el sol parecía zambullirse en el mar.
El calor era todavía intenso, a pesar de que el sol caía, y decidió no resistirse a la tentación de permanecer allí, mirando hacia el horizonte rojizo, con su cuerpo inmerso en el agua; había llegado a la ciudad hacía apenas unas horas, la suya sería una estancia breve, apenas dos días, y quería disfrutar cada instante.
Quería imaginarse su propio horizonte, pintando en él los matices de azul y anaranjados más bellos, perlando su cielo con nubes blancas; quería pensar que era posible vivir con la paleta de pintor en una mano y el pincel en la otra, cerrando los ojos, soñando un futuro y pintándolo con placer y detalle sobre el inmenso lienzo que era el cielo.
Quería soñar su propia vida y calcular los pasos que debía dar, ni uno más ni uno menos, hacia aquel horizonte que había pintado para sí.
Pensó entonces que la vida tenía algo de sueño imposible porque el horizonte, tomado por destino, no se alcanzaba jamás y supo en aquel momento que el destino era el engaño que se hacía el ser humano a sí mismo para darse un motivo para caminar, para no dejar de caminar jamás; pero no eran sus pasos los que la hacían avanzar, tampoco su destino, era su cuadro el que mudaba de tonos, matices y colores; los sueños nuevos pintaban lienzos nuevos y los cuadros nuevos la alejaban de su destino poniendo ante ella un nuevo camino de baldosas amarillas.
Sacó su libreta y escribió al margen: si no hay más destino que el camino, disfrutemos cada paso.