Pasión.
Porque hay nombres propios y comunes que hacen carácter...
Pasión era su nombre. Había tenido con él encuentros y desencuentros pero nunca había dejado de ser su nombre, de serle propio, de ser ella en él y él dispuesto a nombrarla desde niña, era su nombre y así sería siempre.
Solían preguntarle por qué, como si hubiese sido cosa suya llamarse de uno u otro modo y para eso no tenía respuesta, nunca lo había sabido y, con el tiempo, había dejado de sentir curiosidad porque en realidad ¿qué importaba eso? lo que la mantenía alerta, despierta y… apasionada era el para qué, ese que debía salir de sus manos porque había decido que sería, a su paso por el mundo, tan distinta y tan notable como lo era su nombre.
No era orgullo ni ambición, tampoco era que le importase mucho lo que dijesen o no los demás, ni mucho menos deseos de hacerse notar, era algo más sencillo que todo aquello; era la certeza del principio y el fin, de lo finito de la vida y de lo absurdo de la existencia… ¿absurdo? absurdo era vivir hacia fuera, absurdo era el materialismo insaciable, absurdo era la racionalidad completa ¿qué interés tenía la vida sujeta a normas y dictámenes ajenos, con un principio y un fin determinados y uniformados para no desentonar más de lo previsto? ¿de qué servía ser la nota discordante o la oveja negra? ¿para qué nada? ¿para qué todo?
La verdadera diferencia estaba en su nombre porque su nombre era la semilla de la creación en sentido bíblico, estricto y figurado; de las pasiones más bajas, y no por eso menos bellas, nacía la vida y sentía la certeza que de las pasiones más elevadas, siempre que no se rindieran a objetivos tan bajos como el estatus o el dinero, nacería lo mejor del mundo… ¿y qué sería?
Esa es la pregunta que la acuciaba, la que latía en su alma y se repetía en su cabeza como un martilleo constante, eso es lo que cada ser humano debía preguntarse y responderse… ¿qué te apasiona? ¿y qué harás con ello?
Acallar pasiones, de eso iba a veces la vida y más veces la educación; se rebelaba contra ello con la fuerza de su nombre, matar la pasión era matar la energía ¿cómo avanzará el mundo sin energía? ¿cómo seguirá girando la tierra sin energía? ¿cómo habrá vida sin la fuerza del agua y la luz del sol?
La pasión no se apaga ni se aplaca, no se acalla, no muere… la pasión se abraza y se enciende y sólo admite la doma de quien quiere hacer de ella motor de la vida, y no era una doma al uso, no era un poner freno, ni dirigir a placer, era más bien poner cierto orden y concierto para que la pasión fluya, ahora sí a placer, sin grandes choques para que puedas ir, sin temor alguno, donde la pasión te lleve.
Sonrió para sí misma y hacia el mundo como hacía siempre que pensaba en estas cosas y se presentó a sus nuevos vecinos con la fuerza de su nombre ‘Pasión, para lo que necesiten…’.
El hombre la miró con una media sonrisa un tanto pícara mientras la mujer lo hizo con cierto desdén demostrando ambos cuán ceñidos vivían al orden establecido; no le hizo falta más para saber que ambos intentaban entender una broma inexistente y se dio media vuelta con su sonrisa completa sabiendo que ambos volarían al buzón a comprobar su nombre para luego sufrir la dosis correspondiente de vergüenza por sus absurdos gestos.
La historia solía repetirse cuando la gente tendía al gris…