Cuento: La música del tiempo.

Para algunos es un sencillo tic tac, para otros una dulce melodía, y hay para quienes es justo lo contrario pero todos pintan el tempo en su pentagrama

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Se permitió el lujo y el placer de cambiar su habitual café por un chocolate caliente porque, si acaso fuera cierto que había llegado la primavera, no se había cruzado con ella en modo alguno. Hacía frío. Y llovía.

Le pareció que el tiempo discurría, en aquel día de grises y repicoteo de lluvia en los cristales, más lento, más suave y sonreía pensado lo absurdo de aquella sensación; el tiempo era siempre igual, respondía siempre a los mismos términos en su particular glosario, era siempre el mismo y siempre diferente pero se movía siempre también en el mismo tempo. Una hora guardaba 60 minutos y cada uno de ellos otros tantos segundos lo mismo un lunes que un jueves o que un domingo como aquel.

Claro que el tempo de los domingos era, para su sensaciones, otro, era más lento y más pausado, como si no quisiera llevar la semana al punto que le correspondía, el punto y final.

Subió un par de grados la calefacción y se acomodó entre periódicos y revistas, dispuesta más a ver y a leer que a hacer ninguna otra cosa con aquel tiempo largo que le regalaba el domingo; y entre noticias de última hora, colecciones de moda y coches* de capricho, descubrió un buen montón de relojes* que marcaban el mismo tempo en diferente pentagrama. Y es que los había para todos los gustos y a ella le gustó el musical.

Le gustó aquel reloj con forma de guitarra porque no sólo anunciaba la hora sino que le ponía ritmo y a ella siempre le había parecido que el tiempo tenía para el alma un ritmo secreto que hacía, a su capricho, más largos y más cortos los momentos.

A veces el tiempo no era más que un tic tac constante, un pasar por no parar y un respirar para vivir; a veces aquel tic tac se volvía dulce y encantador, como aquel domingo, y el tiempo discurría entonces suave y amable, siempre placentero; claro que había otros ritmos y otros modos, el tiempo podía llegar a ser trepidante o pararse de repente cortándole la respiración para devolvérsela al poco, que era para ella un mucho.

Pero sabía que nada de aquello importaba, que no eran más que sensaciones que echarse al alma camino de la vida, que lo realmente importante era mirar atrás y ver ese tiempo vivo, lleno de vida y de sueños, de planes, de proyectos y futuros, de éxitos y de fracasos, de cosas hechas y muchas más intentadas… La única sensación importante era la de haber vivido, que no era más que haber amado y haber luchado, haber sufrido y reído, haber errado y acertado, dado gracias y pedido perdón. ¿De qué servía llegar al final del camino con el corazón impoluto y las manos suaves? Pensó entonces que su alma hecha jirones era más un tesoro que un dolor… y sonrió al darse cuenta de que todavía quedaba espacio para girar más… claro que sería el lunes porque el domingo, con su tempo extra, era para respirar.

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