Black tales.

La ciudad se vestía de miedos fingidos y sustos forzados, incluso en los escaparates de las librerías reinaban los cuentos de miedo.

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Decían los entendidos que era bueno, sano incluso, aprender a convivir con el miedo desde niños pero, a la vista de la algarabía que armaban los niños entre trucos, tratos, golosinas, disfraces y risas, le parecía que el ejercicio de convivencia con el miedo era más cosa de adultos que de niños, para ellos los fantasmas, vampiros, brujas, esqueletos, calabazas y diablos no eran más que parte de un carnaval fuera de tiempo.

Aunque lo cierto es que no dejaba de sorprenderle el desparpajo con el que los más pequeños hacía suya una fiesta que lo teñía todo de negro, salvo por el blanco de los fantasmas, el naranja de las calabazas y el rojo de la sangre… En cualquier caso, sabía que no era buena idea pasearse la tarde ni la noche Halloween, a no ser que estuviese uno dispuesto a unirse a las danzas macabras de los espíritus que tomaban calles y jardines y convertise en protagonista de los miles de cuentos oscuros que cobraban vida aquella noche… ella no estaba por la labor.

Aquella noche se limitó a saludar a sus fantastas interesándose por su salud y por saber si, en un plazo corto de tiempo, planeaban al fin buscar prados más verdes… tampoco ellos parecían por la labor de darle el gusto.

Durmió largo y tendido porque el mejor modo de acallar inoportunos fantasmas que despertaban miedos incontrolables era apagarse a uno mismo y esperar a que saliera el sol y, con él, todas las brujas, fantasmas, vampiros y demás criaturas de Halloween volvieran a quedar encerradas en la caja de Pandora de la que nunca debieran haber salido.

Superados los trucos y los tratos, el parque volvía ser el que siempre había sido y también las calles, la ciudad recuperaba su pulso en un día que quería ser todavía verano aunque la calidez se le quedara en intención; y ella entonces sí, se paseó como acostumbraba a hacer, para despejarse y pensar, para oxigenar la mente y las ideas, para sonreír a los pasos de peatones con mensaje que lucían salpicando Madrid en una y otras calles, para vivir… Sacó su libreta antes de que la frase volara de su cabeza y escribió… Caminar es vivir.

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