Un mundo feliz.

Que no perfecto, pero feliz...

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Cuando ya sus pasos la encaminaban a casa, no pudo menos que confirmarse que pasear tenía algo de terapéutico, era algo que iba más allá de tomar el aire o relajarse, algo más intenso y más profundo. Y es que pasear era, en realidad, una aventura…

Acostumbraba a observar lo que ocurría a su alrededor, a fijarse en cada escena, en cada estampa y no podía evitar que su mente divagara alrededor de ello buscando la historia que se escondía tras cada una de esas escenas y estampas; era, en el fondo, un ejercicio creativo y también absurdo, absolutamente insignificante y un tanto indiscreto pero solía ayudarle a ver otra realidad o cabe que la misma, de otro modo, a través de otros ojos y otras vidas.

Aquel domingo había visto a un tipo elegantemente vestido en verde acercarse a una mujer bellísima, se habían sonreído desde el mismo instante en que sus miradas se cruzaron y ella no pudo evitar sentir la fuerza de una historia de al menos diez años tras aquel encuentro; había visto también a un hombre bailar flotando sobre el suelo y a una mujer terriblemente elegante observarlo en plácido silencio, le parecieran ambos gente de otro mundo; no faltaban los niños correteando por doquier, bicicletas rodando del mismo modo y el sonido de los coches a lo lejos, señal de que el parque tocaba a su fin y la ciudad tomaba el espacio.

Había tenido la sensación, en aquel parque, de que el mundo era feliz y supo entonces por qué era, de siempre, el parque de sus paseos, era un lugar mágico que encerraba un mundo feliz…

Y no era cuestión de ocio ni de magia, seguía hilando su mente, lo era de algo más íntimo y humano, eran las cosas del querer. Del querer soñar y hacer, del querer compartir y sonreir, de querer querer, porque al parque se iba a querer y a quererse, a querer aprender a rodar en bicleta o ver a los mimos en su teatro perfecto, a querer verse y hablarse, a querer jugar y a volver a quererse… porque al parque sólo se va si se quiere.

No era un mundo perfecto, tenía también sus tormentas porque al querer rodar el suelo dolía, porque algún te quiero se rompía en el aire sin encontrar en su opuesto su mitad, porque a veces llovía y a veces los mimos lloraban… pero era un mundo feliz.

Y lo era por una sola razón. Porque quería serlo.

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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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