De lo simple a lo complejo.
En busca de la esencia propia y su destino.
De lo complejo del mundo y de la vida… de los mundos, de las vidas… del extraño devenir de los sueños y los miedos, de las dudas, los empeños, las carencias y los esfuerzos, de la falta de fe y los excesos de pasión, de las letras y sus faltas, de las ausencias veladas y las confesiones negadas, de los silencios, sus secretos, cabe que sus traiciones y siempre los miedos…
De todo aquello e incluso de más iba aquel momento de su vida pero ella quería volver al principio, a lo sencillo, que es el lugar en el que todo empieza; quería regresar para hacer imposibles los complejos entuertos que vivía, pero la vida no tenía marcha atrás, el tiempo no giraba en el sentido contrario a las agujas del reloj, avanzaba sin cesar y sin tregua perdiéndose si no se vivía con la intensidad debida.
Claro que no era intensidad lo que faltaba, tampoco pasión ni sueños, era decisión… y faltaba porque en aquel partido los miedos, que no eran más que complejos vestidos de fantasmas, manejaban con destreza la pelota.
–¿Miedo a qué?– se preguntó –a todo– fue su respuesta y ante el miedo a una cosa y su contraria la decisión se convierte en un objetivo de la alquimia de tanto como tiene de imposible.
Y volvía a sentir la imperiosa necesidad de volver al principio, de mirar a los ojos de sus miedos antes de que tomaran su corazón por la fuerza, antes de que se hicieran gordos e insolentes creyéndose con derecho a tomar su vida como si fuera la Bastilla.
Fue entonces cuando se asomó una vez más él a su vida, era el eco de un saludo desde algún recóndito lugar del mundo, mandó su eco de respuesta y comenzó su particular partida de ping pong a cámara lenta, muy lenta… –no es miedo, nunca lo fue– fue su sentencia final, una frase que ella recibió con un ardiente deseo de responder con gritos y aspavientos.
Porque, si no era miedo ¿qué era? ¿inseguridad? las carcajadas escritas en un mensaje reavivaban su deseo de rebelarse y gritar pero se abstuvo de hacer tal cosa, alejó el teléfono de sí y se tumbó dejando a su mente divagar libremente acerca de los miedos… hasta que éstos quedaron al desnudo frente a ella constatando que en la vida no existe lo complejo, sólo la humana imperfección y sus complejos, que no es lo mismo, ni es igual.