Arena, mar y verano.
Le bastó el zumbido del aire y el oleaje de fondo para saber donde estaba... y a donde debía dirigirse.
La playa, la arena y el mar; un pinar, un parque y el kiosko de los helados; un libro -uno recurrente-, una tarde, una mañana y una botella de agua… Así recordaba los veranos, los vividos a dos palmos del suelo y los que vinieron después, hasta que dejó atrás infancia y adolescencia y se lanzó a la vida como antes se lanzara al mar.
Pero el verano regresaba cada año y cada año, cada verano, ella regresaba también…
Regresaba porque le gustaba pisar sus playas de siempre, su arena, su mar, su parque y su pinar; respirar la brisa oceánica de mar abierto y vivo, y recordar donde había empezado todo, porque uno puede poner en duda su destino pero, sabiendo de donde viene, ya tiene al menos un punto de partida, el principio.
Aquellos días eran su paz, su momento de descanso y respirar, eran los días en los que su vida quedaba suspendida en el tiempo mientras salía de su propia piel para rehacerse y volver, su mente estaba entonces tranquila aun sabiendo que a la vuelta de aquellos días las preguntas sin respuesta y el baile de dudas, inquietudes y decisiones pendientes estaría ahí, esperándola, paciente; todas las tensiones, todos y cada uno de los enigmas sin resolver de su vida seguirían intactos e irresolutos, permanecerían indemnes aun rodeados y acosados por su humana emocionalidad. Claro que eso aquellos días no importaba, porque aquellos días ella estaba fuera de sí en el mejor de los sentidos.
Sonreía viendo a los buscadores de conchas con sus cubos y sus palas camino de los mayores yacimientos de tales tesoros, a sus padres tras ellos dispuestos a acabar el día de arena hasta las orejas para construir castillos con foso y pozo, imaginando lo que vendría después, el momento de quitarse la arena sin quitársela, toalla en ristre, y del helado sazonado con restos de ella y sal de mar.
Cuando miraba al grupo de adolescentes preparándose para un partido de voley sobre la arena entre flirteos y coqueteos, su iphone comenzó a vibrar; a él le bastó el zumbido del aire y el oleaje de fondo para saber donde estaba… y a donde debía dirigirse.