Guanajuato: allá donde la belleza se funde con la historia, la cultura y la esencia mexicanas.
El Estado de Guanajuato es belleza colonial y arqueología, es cultura y naturaleza, gastronomía y arte. Un tesoro escondido en el corazón de México.
El estado de Guanajuato es uno de los tesoros más hermosos y mejor guardados de México. Ubicado en el centro del país, tanto geográfica como históricamente, es una de regiones con mayor patrimonio cultural. No sólo aglutina la esencia del país. Su oferta cultural, gastronómica y arquitectónica alberga sorpresas (minas convertidas en monumentos) y joyas naturales como el Parque Nacional El Cimatario.
La capital, Guanajuato, es una urbe colonial cuyo diseño singular forma un mosaico espontáneo de fachadas asimétricas esparcidas entre verdes colinas a 2.000 metros de altitud. Su arquitectura monumental, en gran parte religiosa, conserva algunos de los ejemplos más bellos del barroco del Nuevo Mundo. La ciudad es un entramado de callejuelas y plazas, árboles y rejas, casas de cantera y cruces de piedra. Evocando a Carlos Fuentes y al joven Jaime Ceballos en Las buenas conciencias, “Guanajuato es a México lo que Flandes a Europa: el cogollo, la esencia de un estilo”. En sus avenidas truenan reminiscencias coloniales y revolucionarias junto al clamor de las tradiciones populares.
Tierra de sol y de agave
Para conocer Guanajuato, más allá de sus atractivos turísticos (la Universidad, la Plaza de la Paz, el Mercado Hidalgo, la Alhóndiga de Granaditas, el Callejón del Beso y de la Condesa, el Teatro Juárez), merece la pena adentrarse por sus rincones, respirar los aromas ancestrales de su gastronomía, empaparse del sabor transparente del mezcal y del tequila, perderse en la algarabía de sus mercados, en los colores verdes de sus viñedos y campos de nopales.
Pero Guanajuato no se limita a la capital. Los pueblos mágicos salpican la región de historia viva, rituales atávicos de sanación (temazcal), misticismo y espiritualidad.
Sus paisajes de cactus y montañas son el telón de fondo de un recorrido mágico a través de rutas turísticas que conectan cultura, gastronomía y sus productos emblemáticos: el tequila, el mezcal y el nopal.
El circuito del mezcal se extiende sobre los municipios de San Luis de la Paz, San Felipe y el pueblo mágico de Mineral de Pozos, una tentadora invitación a conocer los secretos de la destilación del agave. En estos enclaves se producen algunos de los mejores mezcales con denominación de origen. Son esos mezcales, cuya tradición se remonta a tiempos ancestrales, que se deslizan suave por las paredes del cristal que los guarda. Cuenta la historia que el primer permiso para elaborar el entonces llamado Destilado Criollo lo concedió, en el siglo XVII, el virreinato a la hacienda del Marques de Berrios.
Aunque también proviene del agave, el tequila sólo se elabora con la variedad maguey azul. A diferencia del mezcal, debe envejecer al menos dos meses en barrica de roble. Pero al igual que su hermano, las lágrimas de un buen tequila ruedan en silencio por la faz de la botella y desprende un terso aroma a agave tostado. La Denominación de Origen Tequila es una certificación otorgada a los productos elaborados con agave azul en ciertas regiones de México, incluyendo Guanajuato. Pénjamo, la principal zona productora de tequila en el estado, es un paseo por la historia de esta bebida. Aquí, los visitantes pueden disfrutar de recorridos por las destilerías, aprender sobre el proceso de elaboración y deleitarse con una cata de tequila.
Y cómo olvidar el nopal. En Valtierra, la Capital Mundial del Nopal, el visitante se encuentra con el cultivo y cosecha del cactus más famoso del país. Además de ser un ingrediente popular en ensaladas y guisos, es el protagonista de productos como tortillas, nieves y bebidas refrescantes. Un paseo por la Huerta de Nopaleras de Don Andrés es un recorrido a bordo de un «tractopal» por los cultivos de nopal, y una muestra de la importancia de este cactus en la gastronomía y cultura de Guanajuato.
La ruta de los Pueblos Mágicos
En el atrio de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, el cura Miguel Hidalgo y Costilla llamó a sus feligreses a la revolución contra la autoridad virreinal de la Nueva España. Eran las 5 de la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Del llamado a la rebelión —El Grito le dicen— proviene el nombre de Dolores Hidalgo, el primer pueblo mágico de Guanajuato, cuna de la independencia mexicana. El cura tiene su estatua. Pero no es el único monumento que brilla en esta hermosa ciudad colonial. Allí está el Museo de la Independencia, el del Bicentenario y las ruinas de la Hacienda de la Erre, una de las más antiguas del país y primer cuartel del ejército insurgente. Y allá “nomás tras lomita”, allá en Dolores Hidalgo yace un tal José Alfredo (Jiménez Sandoval), el compositor que hizo vibrar de desamor la garganta de grandes como (su inmensa amiga) Chavela o Jorge Negrete.
San Miguel de Allende, al igual que Guanajuato capital, es Patrimonio de la Humanidad. La ciudad colonial, bohemia y relajada, es un festival cromático, llena de contrastes culturales y temporales. En sus calles empedradas brotan los pequeños negocios locales a tope de tradición junto a locales modernos y lujosos. Los estilos arquitectónicos (tan eclécticos como su atmósfera) no quiebran en modo alguno la armonía estética de la cuidad. En el centro destaca la parroquia neogótica de San Miguel Arcángel (1955). Ya en la afueras se alza el Santuario de Atotonilco, de estilo novohispano, considerado “la capilla Sixtina de América”.
Menos conocido e igualmente bello es Mineral de Pozos. El pueblo mágico más exótico de todo el estado, crece como un hechizo en mitad de un paisaje árido, semidesértico, rodeado de ruinas mineras y campos de lavanda y envuelto en una nube de leyendas y misticismo. Abandonado en el siglo pasado, el pueblito “fantasma” alberga edificaciones como los Hornos Jesuitas y secretos gastronómicos prehispánicos: chinicuil, cupiches, chapulines y escamoles. Sí, se cocinan con insectos y saben delicioso.
Jalpa de Cánovas nació como una hacienda dedicada a la ganadería y la agricultura. Tiene aires de grandeza colonial y arquitectura porfiriana en mitad de espacios naturales como la Presa de Santa Eduviges o Las Musas. Comonfort, a 25 km de San Miguel de Allende, es uno de los pueblos mágicos más ricos en memoria, leyendas y tradiciones. Mantiene en pie cerca de cincuenta capillas indígenas y unas treinta haciendas de larga historia. Por encima de todo, destaca por la riqueza de su folclore, lo genuino de sus habitantes y sus manifestaciones religiosas y gastronómicas.
En Yuriria se encuentra la primera obra hidráulica del periodo virreinal, una tremenda laguna artificial construida en 1548. En los tianguis (mercados de origen prehispánico) predomina la artesanía local —rebozos, bordado de punto de cruz, trabajos en piel y cestería con fibra de tule— y los ingredientes de su sabrosa gastronomía: mole de huilota, tamales de ceniza o caldo de michi.
Salvatierra es la ciudad más antigua del estado y un importante destino espiritual. Conserva ejemplos de arquitectura civil y religiosa magníficamente conservados: Templo y Convento del Carmen; y un centro histórico de calles bien trazadas, salpicadas de casas virreinales y porfirianas de arcadas y patios con limoneros. Entre los platos típicos son célebres las gorditas de maíz, singular por su masa de cereal molido en metate y cocido en leña. Y una bebida muy especial de origen prehispánico, el atole de puscua, elaborada con maíz blanco y canela.
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