El vuelo de Venezuela.

Verónica Santiago, brillante bailarina caraqueña, viajera, apasionada, salvaje...

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Han pasado ya 30 años desde que la pequeña Verónica Santiago y su talento aparecieran en el mundo bajo el cobijo de una gran familia de artistas.

Esta brillante bailarina caraqueña asentada en Méjico, viajera, apasionada y salvaje, recorre ciudades embriagándolas de sus alados movimientos.

Su historia, es la historia de su talento, y por tanto de sus agallas y de su esfuerzo. Quiso dedicar su vida al arte del movimiento y lo logró, contra viento y marea, ahora es dueña de sus pasos y sus andanzas.

Su infancia, en el centro de Caracas fue alegre y sencilla, sin olvidar un entorno duro y áspero en una de esas ciudades difíciles, que se dividen entre la buena vecindad y la hostilidad más triste. La danza la enamoró desde el principio, fue la manera más directa que encontró de relacionarse con el universo, sin juicios y sin dudas. «El movimiento me embaucó, la idea de fluir con continuidad en busca de «la espiral» para experimentar y cambiar yo misma en el espacio…»

El flechazo definitivo tuvo lugar siendo ella espectadora de una función de la compañía Pisorojo. Fue entonces cuando decidió que el baile ocuparía su vida, su tiempo y su mayor pasión para los restos de los restos.

Desde entonces, camina obsesionada por profundizar desde el cuerpo en grandes parámetros y factores como la inestabilidad, la eventualidad, «el accidente» o la inercia. Grandes concepciones que la mantienen atenta, indagando desde hace mucho tiempo.

Empezó a estudiar en la Escuela de Danza Contemporánea Pisorojo, después continuó su formación en la Universidad de Danza Ludanza. Poco a poco se fue abriendo paso en compañías como Río Teatro Caribe o Caracas Roja Laboratorio.

A los 19, ya prepara la maleta, como era de esperar ya que es sabido que estos espíritus veloces duran poco asentados en el mismo lugar. Vuela a Europa y comienza una nueva etapa en la Folkwang Hochschule de Alemania como alumna de danza moderna y comenzando así con sus primeros pinitos como coreógrafa. Y por este camino llegamos hasta hoy mismo, día en el que se encuentra trabajando y cerrando nuevos espectáculos en la Compañía Tumaka´t, dirigida por Vania Durán, un proyecto único y original instalado en plena península de Yucatán.

La inspiran las mañanas, la gente, su familia, los clásicos, la naturaleza, la muerte, la vida, las historias interminables y la observación de todos los movimientos que nuestro preciado y precioso planeta recibe. Además, la cocina, su otra gran pasión, la mantiene atareada el tiempo que le queda, ese en el que sus dos pies permanecen tranquilos, expectantes eso sí, pegados al suelo.

Adora imaginar platos, investigar sabores y ver pasar las horas frente a los fogones, perdida en sus pensamientos y en sus futuras coreografías y escenarios.

Recuerda cada una de sus actuaciones, sin permitirse señalar una, como los grandes momentos de su carrera; y el peor, el más duro, lo vincula sin duda, a ese tropiezo en el que vivió de primera mano la realidad de la competitividad en el arte.

Audiciones, pruebas, ensayos, subidas y bajadas del telón. La vida de esta inmensa danzarina de caribe ha sido, es, y será,un agitado paseo sobre las tablas. Sus sueños están claros y a la vista, conseguir una buena residencia y contar con apoyos para crear junto a un conjunto de artistas un gran espectáculo, también: montar a caballo, tocar el saxo y conseguir abrazar a los suyos entre gira y gira.

Experta luchadora, avanza con el cuerpo y el instinto para acabar con la gravedad, impertérrito animal que la hace descender, lamentablemente para todos nosotros, de vez en cuando.

 

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