Rodin-Giacometti: dos genios frente a frente en la Fundación Mapfre.

Fundación Mapfre presenta la exposición Rodin-Giacometti como un diálogo de la escultura de dos genios separados por un siglo de arte.

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¿En qué se parecen Rodin y Gicometti? Si te hacen esta pregunta a quemarropa y te dan unos segundos para responder, lo más probable es que creas que alguien ha perdido el juicio o que contestes, “en nada”. Pues no. Este es el gran reto que aborda la Fundación Mapfre en la exposición Rodin-Giacometti: mostrarnos cómo ambos escultores caminaron juntos.

Casi un siglo separa la obra y la vida de estos dos genios de la escultura. Bien, pues pese a todo, a ambos les une su particular manera de aproximarse a la escultura y una figura crucial: Antoine Bourdelle, alumno predilecto de Rodin, maestro indiscutible de Giacometti.

Auguste Rodin (1840-1917), adscrito en principio al romanticismo decimonónico, rompe con los cánones académicos prácticamente desde el principio de su trayectoria. Él, autodidacta, miró a los clásicos con devoción empujado por su afán por el origen. Ello no le impidió reformular el lenguaje escultórico. Al contrario, se centró en el exceso, en la abundancia, para esculpir en diversos materiales toda clase de sentimientos humanos: dolor, miedo, angustia, ira… Y la fragilidad por sobre todas las cosas. Al margen de las normas, Rodin perpetró una auténtica revolución en la escultura del XIX.

Alberto Giacometti (1901-1966), figura punta de las vanguardias del siglo XX, creció rodeado de arte (incluido el de Rodin). Su padre, pintor de cierto prestigio, le inoculó el virus. Él, chiquitín comenzó a alimentarse del olor a trementina recién hecha. Conoció a Rodin en los libros. Le fascinó tanto que dibujaba e imitaba con plastilina sus modelos. Lo cuenta Catherine Grenier, directora de la Fondation Giacometti, quien asegura que existen documentos que lo acreditan. Luego e suizo se fue París, a estudiar en la Académie de la Grande Chaumière. Joven e inquieto, abandona las enseñanzas para sumergirse en la tempestad de las vanguardias, renegando un poquito de quien fuera su icono infantil.

Pero como los primeros amores, esa atracción primaria, termina por regresar. A partir de 1935, cuando la figura humana vuelve a ser el foco del Giacometti, el suizo recupera al francés y su obsesión común por la esencia del alma humana. Así, apartando la opulencia rodiniana, Giacometti alarga las formas como una metáfora del dolor y la fragilidad. Se ofusca con el rostro, con la mirada. Igual que Rodin, esculpe el motivo una y otra vez, sin repetirse, sin volver atrás. En esa búsqueda incansable de la expresión de la vida y las emociones, explora también el significado del fragmento, del accidente, lo “roto”.

En colaboración con el Musée Rodin y la Fondation Giacometti, y bajo el comisariado de Catherine Chevillot, Catherine Grenier y Hugo Daniel, la colosal muestra revela —junto a disparidades inevitables— los significativos lazos que los lían. No sólo con respecto a elementos puramente formales como el trabajo de los materiales, la preocupación por el modelado y el pedestal o el gusto por el fragmento y la deformación. El diálogo entre ambos artistas supera las barreras del tiempo y la estética.

El recorrido comienza con el espléndido conjunto en yeso de Los burgueses de Calais, expuesto junto a varios grupos escultóricos de Giacometti: La Plaza, Cuatro mujeres sobre pedestal, El Claro. A partir de ahí y durante nueve secciones, estratégicamente diseñadas, vamos descubriendo toda la verdad, como si a cada paso se levantara un velo, un trozo de misterio. La materia y el modelado constituyen otro de los puntos de encuentro que, junto con la deformación de la figura, confieren a ambos una personalidad artística descomunal, inimitable. La forma, antagónica; la formulación, afín; el resultado, una visión nueva del lenguaje artístico.

El colofón de la muestra se sirve en movimiento, con dos de las piezas capitales de cada uno de los artistas: sus hombres que caminan. Es evidente que Giacometti parte de Rodin para trabajar sobre este motivo. El suyo, desgastado y frágil, contrasta con el poderío sin cabeza ni brazos que inunda la sala. Al margen de las diferencias, ambos autores abordan uno de los aspectos esenciales de la escultura: ¿cómo mantener en pie la materia?, ¿cómo erigirla? En este sentido, ambos convierten la escultura en metáfora de la humanidad.

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Rodin-Giacometti. Fundación Mapfre. Sala Recoletos (Madrid). Del 6 de febrero al 10 de mayo de 2020.

Más información Rodin-Giacometti

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