Guillermo Mora sin límites en Alcalá 31.

Guillermo Mora expone en la Sala Alcalá 31 de Madrid 'Un puente donde quedarse'.

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Es joven y ya ha derribado algunos de los muros que dificultan la conexión del arte con el público. Su concepto de la libertad y la fluidez creativas le ha llevado desde sus inicios a establecer sus propias normas, a borrar las limitaciones académicas y a trazar un camino donde las diferentes disciplinas artísticas se funden y confluyen. Guillermo Mora (Alcalá de Henares, 1980) presenta en la madrileña Sala Alcalá 31 el proyecto expositivo Un puente donde quedarse.

Mora es uno de los artistas plásticos más destacados de su generación y el más joven en exponer en un espacio como Alcalá 31. Se formó en Madrid (Universidad Complutense) y Chicago (The School of the Art Institute), antes de obtener diversas becas de posgrado y varios premios por su obra plástica. También ha expuesto de manera individual en galerías y museos nacionales e internacionales. En los últimos años ha cultivado un particular vocabulario visual, generando un modo abstracto de comunicación que cuestiona los dogmas y los procedimientos de la pintura actual. En su universo creativo, el espacio juega un papel fundamental pues es donde desmonta las normas establecidas.

Un puente donde quedarse rompe las referencias espaciales y visuales de la tortuosa Sala Alcalá 31. A través de la obra de Guillermo Mora, la planta basilical del espacio se torna desconcertante e invita a recorrerlo de manera diferente, pues las piezas expuestas difuminan las referencias espaciales reconocibles. En la exposición, el artista no sólo cuestiona (como suele) el rol de la pintura, sino que utiliza su poder de narración para crear nuevas perspectivas.

El extenso cromatismo de Mora parece apropiarse de la arquitectura de la sala, la explosión de color, formas y esquemas rompen la estructura, fabricando puentes que conectan los diferentes niveles del espacio expositivo. ¿Cómo? Mediante doce estructuras monumentales en forma de marco seccionado. Así genera en el visitante la sensación de vivir dentro de la pintura. Una selección adicional de cuarenta piezas, repartidas entre las dos plantas y situadas de manera circular, aluden a su concepción del tiempo como una variable cíclica, no lineal.

Los puentes que Mora establece entre la pintura, la escultura y la arquitectura, nos hacen comprender a su vez otro tipo de asociaciones entre las disciplinas artísticas que huyen de las dicotomías (“lo uno o lo otro”).

Comisariada por Pia Ogea, Un puente donde quedarse se puede visitar hasta el próximo 24 de julio.

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