Cinco canciones refrescantes en plena galbana. El calor todo lo derrite menos lo que, como la música, vuela libre.

Unas cuantas melodías para emprender el camino hacia cualquier parte, a ser posible lejos de la galbana que nos asedia. Refrescantes.

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Banal. El calor convierte todo en pura intrascendencia. Los hechos y los pensamientos se aferran con sus largos dedos para intentar mantener su efímera existencia. Es imposible. Todo se vuelve banal y deberá seguir esperando.

La mirada reseca el paisaje. Todo lo que abarca la vista se torna pajizo y los pasos se quedan sin dirección hacia la que partir. Cuando llegue la noche tal vez se ilumine el camino. Será tarde, en la medianoche.

Los músculos relajados, la piel empapada en sudor y las heridas abiertas y tensas como cuerdas de una guitarra. Sube la temperatura y un leve viento de fuego mece el tiempo. Abrasa. Todo es, como siempre, sólo cenizas. Nada más.

Las sombras invisibles se alargan hasta la llegada del rótulo final: “The End”. Y es entonces cuando los héroes del celuloide se vuelven casi carnales. Casi. Al fin y al cabo son como todos. Villanos y santos, vivos y muertos, protagonistas y secundarios. Todos casi carnales. A veces terrenales.

La galbana del verano marca un surco estrecho y angosto por el que transcurre la vida. Los acordes de una canción resuenan en el lejano refugio de nuestro recuerdo. Sólo es verano y parece que serán así todos los días. Pero pasará. ¡Vaya si pasará!

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