Pintar la literatura: 9 cuadros para celebrar la fiesta de los libros.
Leer, dice Stefan Bollmann, es un acto de aislamiento amable. Qué mejor para estos tiempos de encierro impertinente celebrar la fiesta de los libros a través de la pintura.
Desde antiguo, todas las artes han crecido ligadas de una manera fluida y armónica. Son vínculos naturales que se entrelazan sin dificultad, pues no dejan de expresar idénticas emociones en diferentes lenguajes. Al fin y al cabo, el ARTE como conjunto se presenta como un delicioso manjar cocinado con ingredientes literarios, plásticos, musicales… La presencia de la literatura, de los libros, en la pintura occidental se hace mucho más evidente a partir de la Edad Media, especialmente en escenas religiosas. Es muy frecuente la representación de santos en plena lectura e imágenes de la Anunciación en las que el Ángel Gabriel sorprende a María con un libro entre las manos.
A partir de entonces son muchos los pintores que han representado en sus cuadros los libros como símbolo de sabiduría, condición social y cultural, elemento de disfrute cotidiano o refugio espiritual. No obstante, la idea de la lectura como fuente de placer habitual no se extiende hasta bien entrado el siglo XVII, imponiéndose como tal ya en la Ilustración. El acceso a la lectura ha sido (y es) el gran ventanal abierto hacia la cultura. Como indica Stefan Bollmann, “leer es un acto de aislamiento amable. Leyendo nos volvemos inaccesibles de manera discreta. Tal vez sea justamente eso lo que, desde hace tanto tiempo, incita a los pintores a representar seres leyendo”.
Quizá por ello los artistas del pincel (también los del cincel) se afanan por sellar muchas de sus obras con páginas escritas por otros, a veces por contemporáneos amigos (o no tanto). Se aprecia, por ejemplo, la amistad de Emilio Zola con muchos de los pintores impresionistas: Paul Cézanne (íntimo colega desde la infancia), Édouard Manet o Pissarro. Incluso Van Gogh describió a su hermano Theo La joie de vivre como una especie de camino personal hacia la catarsis pictórica, la fusión del cuadro con la persona. Otras, como se siente constantemente en los cuadros de Magritte la figura misteriosa de Poe, firmadas por sus autores favoritos.
Aparte de nuestra particular recopilación pictórica en un día tan especial, el Museo del Prado selecciona también diez obras maestras donde se evidencian los libros por encima de épocas, costumbres y corrientes artísticas. Goya, Rubens, Velázquez, Sorolla son algunos de los maestros escogidos para el recorrido en homenaje a este Día del Internacional de Libro tan atípico en tiempos de infección y retiro. Os invitamos a verlo en la web del museo y profundizar en ello a través de la actividad Un acercamiento al libro.
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El bibliotecario. Giuseppe Arcimboldo, 1566. Castillo de Skokloster, Suecia. Crédito de la imagen: Skokloster Castle, Suecia.
Giuseppe Arcimboldo —coetáneo de El Greco, Allori o Bronzino— era realmente un personaje peculiar, original, creativo, casi un visionario. Su carrera artística comenzó en Milán haciendo frescos y vidrieras junto a su padre. A los 36 años, ya como pintor de la corte de los Habsburgo, se traslada a Viena y después a Praga donde trabaja para el estrambótico emperador Rodolfo II.
Precisamente en Praga pinta este revolucionario y enigmático cuadro. Hay quien dice que es un retrato satírico del historiador Wolfgang Lazius; otros apuestan por considerarlo una alegoría de la lectura. La figura está compuesta entera y exclusivamente por libros, revelando la maestría del pintor a la hora de componer con objetos. Al margen de la excentricidad de la creación, los detalles evidenciar la virtuosidad creativa de Arcimboldo: correcta, precisa, como un prólogo a la abstracción cubista.
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Émile Zola. Édouard Manet, 1868. Musée d’Orsay, París. Crédito: Musée d’Orsay, Paris.
Zola, además de amigo íntimo de Cézanne, tuvo mucha relación con diversos impresionistas, pues el escritor era gran amante del arte y admirador de la nueva corriente rechazada por la crítica oficial. Sobre Manet afirmó que su pintura lo llevaría directamente al Louvre.
Cuentan que en señal de agradecimiento pintó este retrato de Zola, quien aparece sentado ante su escritorio con un libro —quizás L’Histoire des Peintres—. La tela revela, a través de numerosos detalles y elementos anecdóticos, la relación de amistad entre Zola y Manet. Se aprecia colgado sobre la pared del estudio una reproducción de la Olympia del pintor, otra de Los borrachos de Velázquez y una estampa japonesa muy de moda en la época; sobre la mesa destaca el manifiesto de Zola en defensa del pintor.
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A Woman Reading. Camille Corot. The Metropolitan Museum of Art.
Tenía 72 años cuando Corot presentó esta obra en el Salón de 1869, que fue bastante mal recibida por la crítica. Théophile Gautier destacó los defectos del dibujo y lo extraño de la composición con una figura humana dominando el paisaje. No obstante, al margen de “ingenuidad” con la que calificó el cuadro, elogió el color y la frescura.
Jean Baptiste Camille Corot (1796-1875) fue uno de los paisajistas más destacados del XIX francés. Su estética aunaba la herencia clásica y romanticismo de la época, pero en su obra se manifiestan pinceladas y detalles más propios de impresionismo que estaba por llegar. Su influencia fue decisiva en las primeras etapas de Monet, Renoir y Morisot.
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Los hermanos José, Juan y Gloria de las Bárcenas y Tomás Salvany. José Garnelo y Alda. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado.
José Garnelo y Alda (1866-1944) fue de la Escuela Oficial de Bellas Artes de Barcelona, y más tarde de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid. Su obra, a caballo entre dos siglos, se mantiene fiel a la corriente naturalista aunque recibe influencias de las primeras vanguardias y el impresionismo muy cercano a la estética de Sorolla.
El cuadro, pintado en 1899 y perteneciente a la colección del Prado, representa “a los hijos de José de las Bárcenas y Bringas y Juana María de la Gloria Tomás Salvany y Talledo, a su vez nietos maternos de José Tomás Salvany y Gabina de Talledo”.
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La reproducción prohibida. René Magritte, 1937. Museo Boijmans Van Beuningen. Róterdam.
¿Qué vemos en esta obra tan representativa del simbolismo de Magritte? En primer término un espejo que no refleja la figura del hombre espaldas y que, sin embargo, sí nos devuelve la imagen invertida de un libro.
Se trata de uno de los favoritos escritos por el autor fetiche del pintor: Edgar Allan Poe. El libro en cuestión es La narración de Arthur Gordon Pym que cuenta la oscura historia de un viaje por mar cuyo trayecto se hace más y más terrorífico e inquietante según se avanza en la lectura.
La presencia de este libro en el lienzo de Magritte cuestiona una vez más la realidad, la fantasía, lo imposible, el concepto de “verdad”, habitual en el trabajo del artista belga.
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Naturaleza muerta con Biblia. Vincent van Gogh, 1885. Museo Van Gogh, Amsterdam. Crédito de la imagen: Van Gogh Museo, Amsterdam.
En este óleo del pintor holandés vemos en primer plano una Biblia que probablemente perteneció a su padre, pastor de la iglesia protestante. Junto al legado paterno aparece una vela apagada y un ejemplar de La Joie de vivre, de Émile Zola, impresa en febrero de 1884 por Charpentier & Cie Editeurs.
Es importante señalar que la Biblia aparece abierta justamente por la página el Libro de Isaías, donde se anuncia el Sacrificio del Hijo. Un detalle para nada al azar que representa el conflicto padre-hijo y las discrepancias de ambos con respecto a la obra de Zola. Theodorus consideraba este libro como uno de los peores escritos de todos los tiempos. Al contrario que Vincent, que halló en él el camino hacia la fusión del hombre con la pintura.
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Esopo. Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado.
Este cuadro de Esopo se pinta hacia el año 1638. Aparece citado por primera vez en un inventario de 1701 junto a varios de Rubens y diversos retratos de bufones del sevillano. Probablemente estaban interrelacionados y se pintarían en época parecida, aclara el Museo del Prado que compara además los personajes y escenas representados por ambos pintores.
Velázquez representa a los suyos en ambientes interiores sobre un fondo oscuro y plano. El pintor relaciona a Esopo con la filosofía y la pobreza. El filósofo aparece con un libro (seguramente sus fábulas), rodeado de objetos que aluden a su vida humilde personal. El equipaje que tiene a su derecha aludiría a su muerte violenta en Delfos cuyos habitantes indignados por las críticas de Esopo respecto a la inflada reputación de la ciudad, lo acusaron de robo y los arrojaron peña abajo.
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Joven con vestido japonés. El quimono. William Merritt Chase, 1887. ©Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.
«Una mujer acaba de cerrar una carpeta. Descansa como si reflexionara sobre aquello que ha estado observando hasta hace pocos segundos. Un revistero y unas hojas esparcidas por el suelo dan testimonio de la actividad que ha precedido a este momento de calma».
Así presenta el museo Thyssen de Madrid esta evocadora obra de William Merritt Chase que evidencia el gusto por lo japonés que dominó el último tercio del siglo XIX.
Chase adoptó cierta estétia propia de los grabados japoneses y determinados elementos de los estilos orientales como la perspectiva ascendente y las asimetrías.
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Titus Van Rijn leyendo. Rembrandt Harmensz van Rijn. Hacia 1656/1657. Kunsthistorisches Museum de Viena.
Aunque esta belleza pintada por Rembrandt hacia 1656 habita habitualmente la sala 18 del Kunsthistorisches Museum de Viena, actualmente se encuentra en el Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid) como parte de la maravillosa exposición dedicada al gran maestro del barroco holandés. Puede verse en digital hasta el próximo 24 de mayo.
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