El Louvre rinde homenaje a Delacroix.

Es la del Louvre una exposición histórica: la primera gran retrospectiva dedicada a Delacroix desde 1963, año del centenario de su muerte.

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Eugène Delacroix (1798-1863) es uno de los grandes nombres de la pintura francesa del siglo XIX. Maestro incontestable del Romanticismo galo, el pintor es mundialmente conocido por el célebre lienzo de la Libertad guiando al pueblo. Pero en la vida y obra del artista hay mucho más. No sólo la pintura colmaba sus dotes artísticas, también fue un músico precoz cuyo maestro —un viejo organista fascinado por Mozart— descubrió en el pequeño Delacroix un talento inusitado. Sin embargo, al morir su padre se frustraron sus ambiciones musicales. Poco después descubrió la pintura de la mano de Pierre-Narcisse Guérin y Théodore Géricault.

Tras 55 años de indiferencia, el museo del Louvre —en colaboración con el Metropolitan Museum of Art de New York— se rinde de nuevo ante el gran icono nacional dedicándolo una retrospectiva histórica. ¿Por qué ahora Delacroix? Pues porque hay todavía mucho que descubrir y comprender de su larga trayectoria profesional. Algo más de cuarenta años dedicó el artista a la pintura, pero fue en la primera década cuando creó los cuadros que le hicieron famoso. A partir de ahí el resto de su producción se diluye. Como explica Sebastian Allard —uno de los comisarios de la exposición— “su obra sigue siendo desconocida, compleja y poco comprendida”. A menudo citado como precursor de la modernidad, la carrera de Delacriox describe un camino poco compatible con una lectura única y formalista de la historia del arte del XIX.

Eugène Delacroix nació en 1798, creció como parte de la élite, aquella estirpe de jóvenes llamados a heredar las glorias del imperio de Napoleón. Sin embargo, a la muerte de su padre cuando el artista contaba con 17 años, se vio al frente de una familia arruinada… “La gloria no es una palabra banal para mí”, escribió entonces a un amigo. Como no parecía muy ducho en el manejo las armas, decidió ganar la batalla a través de la pintura.

El Louvre propone una visión mucho más amplia de las motivaciones y el proceso creativo de un autor que no sólo rompió con neoclasicismo de la época. Durante los años 1835 a 1855, Delacroix experimenta con nuevos estilos. Deja a tras su faceta como artista evolucionario y adalid de la nueva pintura para entrar de lleno en el mundo del bodegón, las composiciones florales o el paisajismo bucólico. También forman parte de este periodo pinturas religiosas, algo tremendistas, con figuras sombrías y escenas dolorosas. Al final de su vida artística, el pintor desdeña el nuevo realismo encabezado por Courbet y se sumerge más aún en su creatividad, movida en esta última etapa por la tradición de los flamencos y venecianos de los siglos XVI y XVII.

Semejante conglomerado de estilos, la tensión entre lo monumental y lo decorativo, la atracción por el intimismo permiten una nueva y diferente lectura más allá de las clasificaciones por género o el tradicional duelo entre lo romántico y lo clásico. La exposición trata de profundizar y esclarecer estos misterios y responder a las preguntas en torno a una carrera larga, intensa y frecuentemente renovada. Se trata de una oportunidad extraordinaria de disfrutar de manera conjunta de toda la obra de Delacroix: la conservada en Louvre y otros museos franceses ((Lille, Bordeaux, Nancy,  Montpellier), además de los valiosísimos préstamos procedentes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Bélgica o Alemania.

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Delacroix (1798-1863) podrá contemplarse en el Museo del Louvre hasta el hasta el 23 de julio. Comisarios: Sébastien Allard, conservador del patrimonio y director del departamento de pintura del Louvre, y Côme Fabre, conservador del departamento de pintura del museo.

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