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Una familia de Tokio.

Y es que todos amamos, odiamos, sentimos, independientemente de donde nos encontremos.

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Una de las razones de que nos cautive el cine, o más bien las historias que cuenta, es su universalidad cotidiana, concepto que me acabo de inventar tan alegremente, así, como quien no quiere la cosa, entre café y café mañanero. Y es que todos amamos, odiamos, sentimos, independientemente de donde nos encontremos. Con pequeñas variantes, lo cotidiano es universal. Y el cine lo refleja y nos lo muestra.

Hace 60 años, Yasujiro Ozu nos regalaba una de las películas que, hablando de lo cotidiano, se ha hecho más universal: Cuentos de Tokio, que relataba como una pareja de ancianos visitaba a sus hijos en la gran ciudad y sus relaciones sufrían por la falta de tiempo, interés y cariño mostrado, con una concepción poética y triste que emocionaban desde la sencillez de su tratamiento. Ahora, otro director japones, Yôji Yamada, nos ofrece su homenaje/remake de esa misma historia, sin pretender mejorarla o cambiarla, sino más bien mirarla a su manera, con un cariño innegable, y ofreciendo una visión nueva, pero que confirma, 6 décadas después, que lo cotidiano no sólo es universal, sino atemporal.

Recomendable para un domingo de estos que pasamos como si la calle nos odiase, a medias escapando, a medias tristes tras el cristal. Cine tranquilo y cotidiano, pero muy cerca de nosotros. Aquí, y en Tokio.

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