No se aceptan devoluciones.
Tiene algo de La vida es bella de Benigni, algo de comedia de toda la vida
Decía Victor Hugo que la risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano. Y añade un proverbio japonés que el tiempo que pasa uno riendo es tiempo que pasa con los dioses. Y luego están los que piensan, como en El nombre de la rosa, que la risa nos hace tontos, monos, ajenos a la desgracia del mundo. Ese mundo que está lleno de agoreros, de abades de monasterios que nos prohibirían la risa. Y el amor. Y todo aquello que no fuera combatir contra todo, seriedad en el rostro, gris en el alma.
Dice un crítico acerca de la película No se aceptan devoluciones: «Una comedia familiar con toques de melodrama, formalmente cochambrosa y éticamente despreciable, de esas que buscan la lágrima fácil a costa de lo más rastrero».Vista la película, solo puedo pensar que el tipo ha reído a carcajadas y llorado a lágrima viva con ella, y la odia por eso, como si él no pudiese emocionarse con una sencilla película, sin más pretensiones que las de hacer sentir y que, a pesar del abad, tiene algo especial, algo que te llega, aunque uno no sepa definir muy bien que es.
No se aceptan devoluciones, la película dirigida y protagonizada por el mexicano Eugenio Derbez, tiene algo de La vida es bella de Benigni, algo de comedia de toda la vida, algo que te hace sentirte bien viéndola. La historia de un playboy de tres al cuarto metido a padre forzoso que termina siendo un padrazo no es nueva ni original, pero es ver a la cría y entenderle. Y sonreír. El resto de la historia funciona sin problemas, con gracia y sencillez. Porque a veces merece la pena hacerlo. Porque a pesar de todo, ¿qué tiene de malo ahuyentar el invierno y pasar un tiempo con los dioses?