Matterhorn.
Tiene la habilidad de llegar dentro del espectador por caminos no demasiado habituales
Toda vida da y quita. Regala y roba. Sube y baja. Toda vida termina igual. Y entre medias de todo, miramos alrededor para intentar dar sentido a ese camino de final cierto. Construimos personalidades, compramos casas y cosas, amamos e intentamos que nos amen, e incluso puede que nos amen sin intentarlo. «Toda una vida», decimos, y casi nunca sabemos a que nos estamos refiriendo, porque «toda» nunca significa lo que nos queda por vivir.
Fred (Ton Kas) es el protagonista de Matterhorn, la película más aplaudida en la 58ª edición de la Seminci. También es un hombre devoto y al que muchos llamarían gris, hasta que llega a su vida Theo (René van ‘t Hof), un adulto con la mentalidad de un niño de cinco años, y todo cambia. Su relación extraña, rompedora para algunas cosas, alegre para otras tantas y reveladora de verdades acerca de ambos personajes, configura la tragicomedia de esta película, acompañada continuamente con la música de Bach y que tiene la habilidad de llegar dentro del espectador por caminos no demasiado habituales, gracias a la habilidad del director novel Diederik Ebbinge.