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Ida.

Tristeza al fin y al cabo de esa otoñal, que a veces todos tenemos mirando a través de las ventanas

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Se podrían decir muchas cosas de Ida, la película del director polaco Pawel Pawlikowski que pretende recomendar estas palabras, este artículo. Se podrían decir desde el punto de vista del arte cinematográfico, de su lenguaje, de las razones que han llevado al director a elegir el blanco y negro en la fotografía de esta película, o un formato de unas proporciones que parecían abandonadas en pos de la espectacularidad panorámica. O los encuadres, o la música. Lo que pasa es que yo no soy crítico de cine, o no puedo serlo, o no quiero serlo. Yo quiero ser recomendador de cine.

Así que se trata de saber porque recomendar ir a una sala a estar sentado durante 80 min. viendo la historia de dos mujeres, Anna y Wanda (Agata Kulesza y Agata Trzebuchowska), que en la Polonia de 1962 se deben enfrentar a sus recuerdos, a los fallos y giros de su historia, cuando la primera de ellas, una joven novicia, descubre a la segunda justo antes de realizar los votos para entrar al convento donde vive desde que nació como huérfana.

¿Y cuáles son esas razones para ver Ida? Pues lo primero, su bellísima fotografía en blanco y negro, y la utilización que hace Pawlikowski de ella para convertirla casi en una protagonista más de la historia, interactuando en cada uno de los planos, diciéndonos algo más. Lo segundo, el desarrollo de la historia, el descubrimiento del pasado de las dos mujeres y como afecta a su futuro cercano, tratado con una elegancia sutil y a la vez opresiva, tristeza al fin y al cabo de esa otoñal, que a veces todos tenemos mirando a través de las ventanas.

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