Lamborghini Aventador S. Lo nuestro es otra cosa.
Estuvimos en Valencia descubriendo el nuevo Lamborghini Aventador S. Y algo especial nos ocurrió....
A nuestro lado alguien habla de números. Intento estar atento por cortesía, pero mis sentidos se desvían hacía ti. Te describen y yo no puedo evitar que mi mirada te perfile, como si sólo estuviéramos los dos en la habitación. No tiene demasiado sentido describirte con palabras o números. Sería como reducir a tangentes el vuelo de Fred Astaire mientras sigue la luz que desprende Ginger Rogers. Sería como intentar calcular con que intervalo se ondulaba la falda blanca de Marilyn aquella vez que el metro nos regaló sus piernas. Así que te miro y casi no escucho la potencia que desarrollas sobre el asfalto, los 40 CV que has ganado con respecto de tu hermano mayor, hasta llegar a los 740 CV, los 350 km/h a los que podrías llevarme, los 2,9 segundos que tardaríamos en llegar a los 100. Reduzco todos los números al deseo de que me seduzcas con el susurro de tu docena de cilindros detrás de mi. Un caballero no habla de estas cosas. Y yo soy un caballero. Y tú eres un Lamborghini.
Estamos en el circuito Ricardo Tormo de Cheste. No es miedo, es respeto. No son nervios, es adrenalina a través de todo lo que me rodea. He estado dentro de muchos coches. Pero hoy no estoy dentro de uno. Estoy sentado dentro de un Lamborghini Aventador S, y repito el nombre como si fuera un mantra, para que me parezca más real. Estoy en uno de los superdeportivos más potentes y bellos del mundo, a punto de probarlo en un circuito de velocidad. No es tensión, es apretar el volante de un milagro de la mecánica, esperando que todo comience. Ahora si, solos tú y yo. Acelero. Primera curva, una pequeña recta, otra curva. No son mis manos, no es mi mirada en la carretera, es todo mi cuerpo en cada giro, en cada toque a las levas para subir o bajar de marcha, es el sonido de una aceleración, el empuje en la espalda, el mundo quedándose atrás. Es la vuelta más lenta que jamás haya dado nadie a ningún circuito, cada segundo intentando ser retenido en una imagen para siempre. Yo estuve a los mandos de un Lamborghini Aventador S en un circuito. Lo nuestro es otra cosa.
Como el primer beso, como la primera caricia, ya nada será igual entre nosotros tras esa primera vuelta. Llegará el momento entonces de pasar los dedos por tu nombre sobre el cuero del salpicadero, de dejarse caer levemente sobre el asiento y notar como me envuelves, de probar el peso del pie sobre el acelerador y escucharte rugir como respuesta. Llega el momento de que tengamos una segunda cita por las carreteras de Valencia. Y entonces ya todo es amor sin remedio. Esa curva, aquella recta, esta bajada, ese repecho, aquel giro. A bordo de ti, la carretera son un puñado de versos. Se me han olvidado los números y sólo me acuerdo de ti. De tus respuestas. No hay nada más corto que lo que tardas en hacer lo que deseo. Y claro, nos miran. Todos. Y los niños corren, porque son niños. Y los mayores corren, porque también son niños cuando te ven pasar, aunque se aguanten y sólo lo hagan con sus ojos. Y te desean. Pero ahora soy yo y eres tú, y el deseo es eso que vamos dejando detrás de nosotros cada vez que las miradas que nos siguen no pueden doblar por las esquinas. Y al final te dejo, pero no puedo dejar de pensar en ti.
Han pasado unos días y todos me preguntan por lo que significas, por lo que se siente, por lo que te miran, por lo que puedes hacer. Me hablan de números. Y yo intento definirte sin conseguirlo, porque aún recuerdo como te miraba la primera vez. Y repito tu nombre para dentro. Lamborghini Aventador S. Y pienso que lo nuestro, lo nuestro es otra cosa.