Tenemos que hablar de Ida Vitale.
La poeta uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) es la ganadora del Premio Cervantes de Literatura 2018.
A sus 95 años, Ida Vitale parece mantenerse en la plenitud de la vida. Como si su apellido le hubiera otorgado la fuerza implacable para escribir en verso durante casi siete décadas —se dice pronto— y convertirse en un referente de las vanguardias latinoamericanas y de la poesía esencialista. Tenía 26 años cuando publicó su primer poemario, La luz de esta memoria. Desde entonces, una treintena de libros e infinidad de premios literarios han construido una carrera firme, constante, tenaz.
Considerada miembro de la llamada Generación del 45, junto con Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti, estudió Humanidades y se dedicó a la enseñanza de la literatura en Uruguay hasta que el dictador Juan María Bordaberry se hizo con los mandos del país. Ida Vitale vivió exiliada en México durante una década. Allí formó parte de la revista Vuelta y del semanario Uno Más Uno, de que fue cofundadora. Tras regresar a su tierra, se trasladó a Texas para volver finalmente a Uruguay, donde reside ahora.
Creció rodeada de profesores (casi todos en su familia lo eran) y libros, lo que más le regalaban de niña. Tal vez por ello, las letras poco se le han resistido. Su lenguaje, “uno de los más reconocidos en español”, han destacado los jueces del Cervantes, es rico, jugoso, profundo, transparente y, por encima de todo, conciso. Rechaza las palabras de adorno, ahí radica su belleza. En la sencillez, en la capacidad para convertir en poesía la precisión, lo minúsculo. Magistral.
Ella dice que sólo hay un truco: borrar. Y arte, claro. Porque ya podemos muchos pasarnos la vida borrando sin conseguir ni en el mejor de nuestros sueños algo de una belleza tan abrumadora como “Por años, disfrutar del error y de su enmienda, haber podido hablar, caminar libre, no existir mutilada, no entrar o sí en iglesias, leer, oír la música querida, ser en la noche un ser como en el día”. (Fortuna).
En el universo creativo de Ida Vitale confluyen la irreparable ruptura entre hombre y naturaleza y el compromiso moral personal con la poesía. Su obra indaga en el misterio, la alquimia de las palabras, su ritmo y la metaliteratura. Así ha ido forjando una voz personal que ha surcado épocas, corrientes y modas. En Léxico de afinidades (1994) transcribió por orden alfabético las palabras que forman su particular diccionario. Una de las pocas obras en prosa de la autora de Reducción del infinito (Tusquets, 2002), también traductora, crítica literaria y ensayista.