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Boyhood.

Un experimento cinematográfico que nos llegará al corazón

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Si ahora mismo algún amigo te contara que piensa empezar a rodar una película, que el rodaje iba a durar hasta 2026, aunque con tan sólo unos 40 días de rodaje, para poder contar la historia del crecimiento de un chico, seguro que pensarías (yo lo haría) que porque razón no te había contado antes que era polaco (esa gente que hace películas tan raras), o cual era el problema que le había impulsado a las drogas. O tal vez simplemente le reirías el chiste.

Puede que Richard Linklater tuviera esa misma conversación hace una docena de años con algún conocido. Y puede que pensaran lo mismo que pensaríamos tú y yo. Pero el caso es que Richard no es polaco, si no tejano, y que, con drogas o no (a saber), en esto de hacer películas experimentales o a jugar con el tiempo en ellas, ya tiene su experiencia. Como con Despertando a la vida, un film animado con la técnica de rotoscopia, que ganó varios premios por su innovación y estuvo a punto de conseguir el León de Oro en Venecia. O su trilogía sobre la pareja interpretada por Jule Delpy y Ethan Hawke: Antes del amanecer, Antes del Atardecer y Antes del Anochecer, donde ya jugaba con el tiempo pasado entre ellas y su efecto en sus personajes.

En cierto modo, Boyhood, que así se llama su nueva película, juega con el tiempo como esa trilogía, como si hubiera estado rodando esas tres películas y las hubiera estrenado conjuntamente en la fecha que estrenó la última. El efecto sería parecido. Una especie de cápsula del tiempo que nos enseña los tesoros que van poblando nuestra vida sin que nos demos demasiada cuenta de ello. Boyhood nos cuenta el paso a adolescencia de Mason, con todo lo que ese camino conlleva. Y lo hace de una forma extrañamente cercana y lúcida, como si uno de nosotros se parase a pensar en la totalidad de esos años, de los nuestros, delante de un cajón donde hubiéramos ido guardando recuerdos de nuestro paso por ellos.

Boyhood es un experimento, si, pero un experimento como el que hacíamos al mezclar en el baño, sin que nuestros padres se dieran cuenta, potingues en el baño. Es cercano, diferente, delicioso. Y lo mismo se nos convierte en una obra maestra. Para que te fíes de lo que te contaba un amigo hace doce años.

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