Cinema Paradiso
Nada más que tres simples palabras: hay que verla
El cine es muchas cosas. En realidad hay un cine y hay muchos, tantos como espectadores. Cada uno de nosotros tenemos un cine, una manera de verlo, de disfrutarlo, puede que hasta de amarlo. Hay un cine de recuerdos y un cine de sueños de aventura. Hay un cine de lucha y denuncia, y hay un cine de besos y deseos. Hay un cine de magia y una magia en el cine que cada uno de nosotros interpreta con sus propios hechizos. Hay un cine de primeras películas, esas que nos asombraron por primera vez. Hay un cine de amigos en el cine, de amores en el cine, de una de romanos como dice Sabina. Hay un cine de directores, de ángulos de cámara, de travelling, de plano secuencia. Y hay un cine de héroes de cine de barrio, de programa doble, de palomitas, de salir blandiendo una espada que sólo ven nuestros ojos de sueños.
Pues todo eso es Cinema Paradiso, la obra maestra de Giuseppe Tornatore. Porque en ella entran por arte de magia todos los cines, todas las películas, todos los sueños, toda la magia que se puede transmitir por el camino de luz que va de un proyector a una pantalla. Es absurdo comentar el argumento o volver a hablar, en este caso escribir sobre las virtudes del guión de Cinema Paradiso. Sería volver a hacerlo sobre una película sobre la que no se deben escribir, como de las grandes, nada más que tres simples palabras: hay que verla.
Como celebración de los 25 años de su estreno, se reestrena la película en 100 cines de toda España durante una semana. No se puede hacernos mejor regalo ni mejor homenaje que su proyección en el lugar para el que fue creada una obra de arte. Podemos verla en la televisión, en el ordenador, en una tablet o incluso ya en un teléfono que nos cabe en la palma de la mano. Pero es precisamente en una sala de cine, dado lo que nos cuenta, donde la película de Tornatore alcanza su máximo hechizo. Recordar: hay que verla. Y repetirlo como un mantra.