Marcus Rothkowitz sobrellevó una vida llena de dolorosos conflictos internos. Nacido en el seno de una familia judía muy religiosa, desde su infancia en la Rusia zarista hasta su suicidio en 1970, pasó por la dura experiencia de la emigración, las penurias económicas a la muerte temprana de su padre, los frustrados estudios en la elitista universidad de Yale, la necesidad de cambiar su nombre de Markus Rothkowitz a Mark Rothko por temor al antisemitismo, su caótica formación artística, los muchos trabajos que tuvo que aceptar para sobrevivir. El reconocimiento le llegó muy tarde, y cuando lo hubo alcanzado, sus constantes depresiones y su alcoholismo le causaban tanto daño que le impedían pintar. Una vida y una personalidad tan complejas restarían en el origen de su permanente búsqueda de lo básico.
En 1958, la Corporación Seagram le ofreció uno de los contratos más sugerentes y fastuosos de la historia del arte moderno, la creación de una serie de murales para el lujoso restaurante Four Seasons de Nueva York. Durante los dos años siguientes, Rothko trabajó día y noche sobre este proyecto en su estudio de Bowery Street. Al terminar, miró los murales y exclamó He creado un lugar. Por eso los lienzos de Rothko no son obras sino lugares, lugares de contemplación, de reflexión, de intercambio entre el artista y el espectador, de revelación interior. De ahí su obsesión neurótica por controlar la colocación de los cuadros en la pared, la luz, el formato, la distancia a la que debía situarse el observador. Sólo así los cuadros facilitarían al espectador la posibilidad de quedar atrapado en un espacio físico, una dimensión trascendental donde todo lo que sus lienzos tuvieran que decir fuera captado en una experiencia mística.
Por ese motivo Rothko sentía una cercanía espiritual con el arte primitivo y arcaico. Por eso renuncia a las formas, porque le parecen un estorbo que le impide expresar lo más sagrado a través de emociones en estado puro. Desaparecidas las figuras, la luminosidad, la oscuridad, el espacio amplio, el contraste de los colores buscaban la transmisión directa de un sentimiento cercano a lo religioso. Aunque su obra recorrió distintas etapas que van de lo figurativo al surrealismo, la más emblemática, por la que el creador norteamericano ha pasado a ser considerado como uno de los grandes pintores del siglo XX, es la última, la etapa clásica, identificada como la pintura de campos de color, franjas de color de forma rectangular, en formatos verticales de gran tamaño. Desde los murales Seagram, su trabajo se fue oscureciendo lentamente. Del rojo intenso fue pasando a los ocres y negros. Sólo hay una cosa a la que temo en la vida: un día el negro se tragará al rojo. Con esta metáfora cromática Rothko se preparaba para cumplir su trágico destino.
“No creo que se trate de ser abstracto o figurativo. Se trata realmente de poner fin a este silencio y esta soledad, de respirar y estirar los brazos de nueva cuenta.”
“No estoy interesado en la relación del color con la forma, únicamente estoy interesado en expresar emociones humanas básicas: la tragedia, el éxtasis, la condena...”
“El arte es una aventura que nos lleva a un mundo desconocido. Nuestra tarea como artista es hacer que la gente vea el mundo tal como lo vemos nosotros.”
El mundo está lleno de gente interesante, de gente que aporta, que crea, que sabe… la gente que construye en sociedad, la gente que admiramos, en la que creemos, es ésta.
Abogado, doctorado en ciencias políticas y presidente número 28 de Estados Unidos, Woodrow Wilson nació en Staunton, Virginia, el 28 de diciembre de 1856. + ver