El compromiso de César Manrique con Lanzarote comenzó a gestarse en los primeros años de su vida en Arrecife, en la finca de su padre en Mácher y en los largos veranos pasados junto al acantilado de la Caleta de Famara.
Después se marcharía a Madrid a estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Y luego se mudaría a Nueva York, donde se perfilaría en la década de los cincuenta y sesenta como uno de los primeros pintores abstractos de España. Pero en 1968 regresó a Lanzarote, y desde ese momento su tierra natal pasó a ser el centro fundamental de su producción artística.
A finales de los sesenta, Lanzarote era un espacio de marcada vocación agraria, con excepcionales y bellas formas volcánicas junto a espacios rurales constituidos por caseríos blancos y por singulares explotaciones agrarias. Este espacio no era muy diferente de aquél en que había vivido desde su infancia. Sin embargo, por entonces comenzaban a darse los primeros pasos para la implantación de un modelo turístico masivo en Lanzarote.
Fue entonces cuando Manrique comprendió que la simplicidad y la lógica intrínseca de las construcciones populares insulares contrastaban con el carácter pretencioso y arbitrario de buena parte de la arquitectura contemporánea introducida en las Islas.
Y decidió que ese era el momento de reivindicar los valores culturales y paisajísticos insulares y comenzó a intervenir con este fin desde el ámbito profesional y desde el activismo ciudadano. Propósito que fundamentó en el vínculo con el paisaje cultural que había conocido, y en su concepción artística, anclada en la tradición de la arquitectura orgánica de Frank Lloyd Wright y Alvar Aalto.
Manrique fue tachado en más de una ocasión de frívolo y de artista comercial porque su criterio se basaba en que la verdadera misión del arte y de los artistas era producir felicidad, creando entornos agradables y restableciendo el vínculo de los seres humanos con la naturaleza. Es decir, Manrique sólo concebía que el arte se pusiera al servicio del ser humano, no al revés.
Radical defensor de la isla, su modelo de intervención en el territorio, salvaguardando el patrimonio natural y cultural en perfecta simbiosis entre tradición y modernidad, fue determinante en la declaración de Lanzarote como Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1993.
Ejemplo de esta curiosa simbiosis entre arquitectura y naturaleza son sus proyectos Los Jameos del Agua, Las Salinas, La Casa del Campesino, El Mirador del Río, El Jardín de Cactus o su propia casa en Taro de Tahiche.
“Ser artista es, en primer lugar, ser libre. Sin libertad no puede existir creatividad ni conocimiento. Es la afirmación del yo, con absoluta autonomía e independencia.”
“No debemos desfallecer, hay que seguir adelante, estar vigilantes y mantener viva la conciencia crítica, pues el futuro nunca está conseguido, lo tenemos que hacer desde el presente.”
“Mi última conclusión es que el hombre en Nueva York es como una rata. El hombre no fué creado para esta artificialidad. Hay una imperiosa necesidad de volver a la tierra. Palparla, olerla.”
“Cuando regresé de New York, vine con la intención de convertir mi isla natal en uno de los lugares más hermosos del planeta, dadas las infinitas posibilidades que ofrecía.”
“Siempre estamos oyendo disculpas, inconvenientes, aprobaciones anteriores, leyes caducas y un sinfín de aparentes tropiezos que parecen imposibles de corregir...Todo se puede corregir. Depende del entusiasmo, de tener una verdad en las manos y una valiente y honrada decisión.”
El mundo está lleno de gente interesante, de gente que aporta, que crea, que sabe… la gente que construye en sociedad, la gente que admiramos, en la que creemos, es ésta.
Abogado, doctorado en ciencias políticas y presidente número 28 de Estados Unidos, Woodrow Wilson nació en Staunton, Virginia, el 28 de diciembre de 1856. + ver