Magnolia.

Toda calma por definción precede a una tormenta.

Toda calma por definción precede a una tormenta. Se detienen vientos, brisas, corrientes, se acaban las series de olas, el mar se estira en llano, se relajan toda vibración, toda tensión, toda presión y se hace un vacío, la profunda sensación de que han llegado por fín paz y sosiego ante tanto tener, deber, ser. Cuando es un lento proceso, de los que se instalan sin aspaviento alguno, desapercibidamente, por peligroso es más apasionante, porque no nos permite prepararnos para la que se nos viene encima. Una de sapos.

«Esto no puede ser una de esas cosas. Esto por favor no puede ser eso. Por lo que a mi respecta no puede ser. Esto no fue sólo una cuestión de azar. No. Estas cosas extrañas suceden a todas horas.» *

Life smells good. El último sábado de aquello fué el primero de sol. Nos echamos a las calles. Me tenían aún encendido los perfumes de Odin del aún reciente review de Pau Llopart y me empeñé en acercarme a BoMonde, por presentármelos. Para mayor fortuna de mi pequeña colección de placeres vívidos vividos, aquella mañana el público andaba por las calles, perdido entre terrazas, y BoMonde estaba vacío. Allí, en la mesa circular de la entrada esperaban Sunda, OwariCenturyPetrana ser portados de la oscuridad del frasco al mundo de los sentidos. Pero, como decía, para mayor fortuna de mi pequeña colección el vacío de público parecía disponerlo todo para descubrir los aromas de Lubin, de la colección completa de Memo, la sensualidad de Juliette Has a Gun… y la intensidad de las velas de Cire Trudons, cada una bajo su campana, cada una tan potente, sorprendente y especial, como increíble la experiencia sensorial. En la hora larga de placeres y degustaciones olfativas en que me perdí en BoMonde ni por un instante necesité del café o del interior del codo, en ningún momento perdí el olfato.

Life sounds good. Ese sábado fué un día de esos que uno no sabe por qué extraña razón una canción resuena desde el primer momento de consciencia hasta el primero de inconsciencia repitiéndose insaciablemente una y otra vez como eco de fondo en un infinito ir y venir. Una canción inexplicable en el contexto, en la calma, en la aparente felicidad. El subconsciente advierte, como la mano de Dios, de muchos modos. «You’re sure / there’s a cure / and you have finally found it …» **

Life tastes good. Aquel sábado en los primeros calores de mayo, todo el mundo buscaba terrazas y nosotros encontramos tras una esquina un tailandés de esos que apetece probar por tailandés y por diseño, y por los curris: Krachai. Kai Satay, Kanom Jeep Kung, Yam Wunsen, Masaman Nua, Kaeng Khiew Wan kai, Pad Pak Ruam Mit, Kuan Krapao, Mee Pad Jung, Khao Pad Khai y Polamai Khan Muk Taeng Thai Nam Kati… véase menú degustación, con dumplings, tallarines de soja y de huevo, arroz con verduras, pollo, ternera y langostinos en curri verde, curri rojo, leche de coco o salsa de ostras y perlas de frutas en salsa de coco. Hay restaurantes que uno no sabe bien si recomendar aún habiéndolos disfrutado, aún con buena atención y deliciosos platos. Hay restaurantes en lo que todo es tan correcto y bueno como cabía esperar, simplemente. Hay restaurantes ante los que uno es débil porque uno no se resiste al sabor de las especias, de los curris. Así que sumábamos tres de tres placeres y allí seguía la canción.

Life looks good. Ante la última oportunidad de ver CasaDecor y tras un largo paseo, subimos cada planta del edificio, nos paramos en cada rincón, retratamos los pequeños escenarios, atendimos al atrezzo de cada espacio, habitación o rincón aprovechado, tomamos información de lo mejor y de lo peor, de los diseñadores y las marcas, nos dejamos sorprender por los montajes, por que fuera de Ikea la más habitable y atractiva de las escenas, por las creaciones y nos paramos a hablar con Izaskun Ochoa, a la que le dejaron un breve balcón a decorar, arriba, al fondo, sobre todos los vértigos posibles. Y en el consumir la vista ante tanto objeto, seleccionando preferencias, funcionalidad, belleza, utilidad, o conjunciones varias y variadas, empezamos a sentir ese cansancio que ya pide retirada.

Aquel sábado de calma, antes de que se nos echara la noche, tras mucho ver, caminar, degustar, oler y disfrutar, habíamos agotado ya muchos sentidos y todo era perfecto, todo estaba en calma.

Luego llegó el domingo, el último domingo. Aquel domingo se levantó el día con un sapo estrellado. Así comenzó la tormenta a barrer el alma, una tormenta de las que afecta a todos, de un modo desigual, pero a todos. Y en aquella, entre el atronador ruido de los sapos estrellándose contra todo, se alzaba la voz de Aimee Mann. Hay tormentas en las que uno escucha la letra y comprende que la calma era sólo el último estertor, tan necesario como un respiro antes de la catarsis tras la que comenzar de nuevo por dónde se desee.

Life’s good.

El martes Sunda, el miércoles Owari, el jueves Century, el viernes Petrana, y llegar al sábado con la seguridad de Frank C.J Macky, tanta seguridad por fuera como por reconstruir por dentro el lunes siguiente, ya entrando en la cordura…



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