Mujer con pájaro. Fernando Botero.

No se trata del típico cuadro de Botero...

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Ese alumno no se ha dado cuenta de lo que ha hecho. Ha caído en las sombras tenebrosas engañado por la falacia de una arte falso. Un arte empeñado en la distorsión de la figura humana, en el aniquilamiento de la criatura que fue moldeada por Dios.

Con estas palabras explicaba el director del colegio de Medellín la expulsión de Fernando Botero por escribir un artículo sobre Pablo Picasso. Era un niño con una mirada particular. Lejos de abandonar su amor por la pintura, al poco escribió otro artículo sobre Dalí.

Decir Botero es decir volumen desproporcionado y bello. Las mujeres, de carnes exageradas y redondas coquetean con el ojo que las mira, vestidas o desnudas, con sus uñas rojas, subidas en sus tacones, exhibiéndose esplendorosas en el baño, en un parque, o sobre la cama, como una maja digna de ser musa de moteros.

Pero Botero no solamente pintó mujeres. De su paleta salieron obispos, capitanes, personajes mitológicos, bodegones, terremotos, la Mona Lisa, animales y hasta la misma muerte fue retratada siguiendo su particular sentido de la dimensión.

Sus esculturas pueblan ciudades de su Colombia natal y de medio mundo: un pájaro, una mano o una mujer en medio de la calle o de un parque decoran Madrid, París, Medellín o Berlín, como un graffitti artístico que dijera «Botero estuvo aquí».

A sus más de 80 años, Fernando Botero sigue mostrando la realidad. Dedicó una serie a los brutales abusos de Abu Grahib en el año 2005, y recientemente otra al circo.

Pero no siempre pintó con ese estilo tan particular.

Fue un error accidental en 1956 lo que le condujo a plasmar un mundo hiperdimensionado. Iba a pintar una mandolina sobre un sillón, pero calculó mal el espacio dedicado al instrumento y el resultado fue una composición desproporcionada, la mandolina era demasiado grande para esa butaca. En sus propias palabras, en ese momento fue consciente de que algo había cambiado, como si hubiera abandonado un cuarto de una estancia para pasar a otro. A veces los errores nos sirven para encontrarnos a nosotros mismos.

La pintura fue su primera vocación pero no su primer oficio. Empezó como banderillero siendo adolescente hasta que un problema con un toro le hizo abandonar los ruedos. No en vano sus primeras obras tenían el toreo como temática. Viajó a Europa con veinte años y se enamoró de Italia a primera vista. Un amor que sería para toda la vida. Vive entre París y su casa de Pietrasanta.

Elegir una sola obra de este pintor es complicado. Pero cuando me planté delante de ese cuadro, la mujer pelirroja vestida de verde brillante me arrancó una sonrisa que aún me dura. Es bizca de un ojo. La razón la sabe don Fernando. La dama, redonda y bella, perfectamente ataviada al estilo de los años 30, está llenando un vaso de agua. Sin embargo, mientras mira de frente al público que la visita, no inclina la jarra sobre el vaso, de modo que el líquido elemento se ve obligado a realizar un viaje antinatural para llenarlo. Pero ella no está sola. Una mano regordeta algo más morena se acerca sujetando un vaso pidiendo agua. Un pájaro obeso sobre el hombro de tan distinguida señora completa la estampa.

No se trata del típico cuadro de Botero, como sería un hombre a caballo, un capitán, un retrato familiar en el que todos los miembros tienen exactamente las mismas facciones, o una de sus parejas bailando. Es un elemento extraño dentro de una pintura poco convencional. Forma parte de la colección que el pintor legó a Bogotá. Además de sus propios trabajos, la colección está compuesta por las obras que él fue coleccionando a lo largo de los años. Lucien Freud, Francis Bacon, Matisse, Picasso, Klimt, Kokotcha, Toulouse-Lautrec y Max Ernst, son algunos de los genios cuyas obras, principalmente retratos, compró y donó al Banco de la República de Colombia. En pleno centro, en el barrio de la Candelaria, la visita a la exposición, fue un regalo inesperado en una soleada tarde de verano.

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