La herencia de Michaela.
Las piezas esmaltadas de la vienesa FreyWille, un acierto seguro.
La fabricación de una pieza FreyWille implica 80 fases de trabajo. No te voy a marear contándotelas todas: sólo un ligero apunte. El esmalte se prepara mezclando cristal líquido y minerales preciosos; después, se añade a mano el oro, blanco o amarillo de 24 quilates y se funde todo; cuando el esmalte esté listo se aplica capa a capa y se fijan los colores en distintas fases de cocción; para ir acabando, se pule la joya, se retocan los dibujos con pincel y se remata la pieza añadiendo la montura de oro de 18 quilates.
Este proceso delicado y minucioso explica ese no sé qué tan especial. Y característico que llevan las piezas FreyWille. La casa fundada en Viena en 1951 celebra sus 60 años convertida en un referente mundial (imitadísima) en joyería de hombre y mujer.
Desde que su creadora Michaela Frey decidiera apostar por el esmalte por primera vez en orfebrería hasta hoy, la firma ha ido evolucionando con los tiempos sin perder su nobleza y la excelencia de su manufactura. Desde Monet a Klimt o Muchan cuyas obras han inspirado varias de las colecciones más emblemáticas de la marca a su asociación con el mundo de la moda (Yves Saint Laurent o Paco Rabanne) pasando por sus diseños egipcios, las colecciones no ha dejado de sorprender e innovar conservando su identidad.
El equipo creativo integrado hoy por 20 personas sigue perpetuando el arte orfebre y esmaltador de la casa. Como muestra esta piezas.