Cuentos 10 palabras que cuentan un año.
Érase una vez diez palabras que contaban un año... o, dicho de otro modo, que resumían un año en diez cuentos.
No hay dos años iguales; los hay bellos y otros que no lo son tanto; algunos resultan, para bien o para mal, inolvidables mientras otros pasan por nuestra vida sin pena ni gloria pero todos los años, desde julio de 2011, tienen sus cuentos y en ellos un resumen de lo que fueron; un resumen, eso sí, un tanto particular y bastante personal de quien los firma.
2018, como atestiguan sus cuentos, ha sido un año de esos que pasan con más penas que glorias, claro que eso es siempre algo muy personal, habrá quien despida 2018 con pena y lástima, deseando que tuviera veinticuatro meses en lugar de doce, yo hubiera querido que tuviera sólo seis pero el tiempo es pertinaz y como todos y cada uno de los años, 2018 vino con doce meses completos, ni uno más, ni uno menos.
No, hoy no estoy contando un cuento porque, con vuestro permiso, al 2018 no quiero contarle nada más, tan solo despedirlo deseándole tanta paz como descanso deja atrás y, eso sí, quedándome siempre con lo bueno que nos regaló porque incluso los años más negros tienen sus momentos de luz y vida, de risa, de alegría, de buenas noticias y de cosas bellas.
Y puestos a no contar un cuento nuevo, no se me ocurre mejor modo de despedir 2018 que recopilando los 10 cuentos que mejor resumen lo que fue, son 10 cuentos poco dulces (o mucho, según se mire…), muy personales, casi íntimos, de esos que dicen más entre líneas que en las propias líneas; y, como todo lo que es LOFF.IT, terminan siempre con una pirueta que trata de poner del derecho aquello que la vida se empeña en poner del revés y, cuando el asunto se nos antoja imposible, tiramos de nuestras gafas de ver la vida bonita y de nuestro empeño por ver siempre la botella medio llena o simplemente por ver las cosas bellas que nos rodean, esas que os mostramos y contamos cada día en LOFF.IT y que recopilamos además, al menos algunas, en los cuentos del domingo.
Aquí tenéis no uno sino diez cuentos para despedir al 2018 con alegría, con tanta alegría como queremos recibir un año nuevo y a estrenar para llenarlo de vida buena (y de buena vida).
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Azúcar.
Érase una vez la historia de una gran nube de algodón de azúcar que enterró su falsa dulzura en el fondo de una papelera. Berta Rivera Estaba sentada en el parque, arrimada a buen árbol y dejándose cobijar por su buena sombra, cuando una niña que no levantaba más que unos cuantos palmos del suelo atrajo su atención; la pequeña caminaba con pasos titubeantes porque no veía más que lo que tenía delante de sus narices: un inmenso algodón de azúcar de color rosa; lo sujetaba con las dos manos, como si fuese más importante aquel palo envuelto en azúcar rosa que ver dónde ponía los pies para caminar sin perder el equilibrio; tal vez aquel fuera el truco, pensó, quizá el modo de vivir (de sobrevivirse al menos) era plantarse frente a los ojos un gran algodón de azúcar rosa y así ver el mundo de ese color por más que las tormentas, los huracanes y las noticas difíciles de tragar rondasen por el mundo haciéndolo cada día un poco más suyo, un poco menos de los buenos. Era absurdo, lo sabía, tan absurdo como utilizar gafas con cristales de colores para pintar el mundo a su gusto, una tontería como cualquier otra pero también un modo de tamizar la realidad para ir deglutiéndola poco a poco, suavemente, sin que la llenara de más miedos de los que podía gestionar por día. La pequeña llegó al banco en el que la esperaba su abuela riendo al ver como la niña trataba de dar un bocado a un algodón de azúcar más grande que ella misma, tomó un trozo entre los dedos y lo colocó en la mano de la pequeña que no tardó más que unos segundos en comérselo y así, poco a poco, la niña, con la ayuda de su abuela, fue haciendo menguar su gran nube de azúcar rosa; ¿cuántos hidratos habría engullido? no quería saberlo; cuando la abuela emprendió el camino de vuelta a casa (suponía), con la niña de su mano, se preguntó si la pequeña seguiría viendo el mundo color de rosa ahora que no tenía una gran nube de ese color frente a sus ojos, el eco de su risa le sirvió como respuesta... más información → -
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Alerta.
Érase una vez la historia de una vida en alerta continua y constante, de una vida por hacer. Berta Rivera Siempre había visto y sentido la vida como una montaña rusa y, lejos de molestarle, así la había disfrutado; le encantaba la emoción de las subidas lentas hacia un punto de inflexión que tenía siempre algo de sorpresa; le encantaba alcanzar las metas y ver el mundo desde el punto más alto de su emoción y disfrutaba igualmente de la rápida bajada hacia a un oasis de paz y tranquilidad que duraba lo justo, lo que tardaba en lanzarse a un nuevo reto, al sumo, unas vacaciones. Y así, en su particular montaña rusa, la vida le había parecido siempre divertida, tanto como un parque de atracciones, con sus momentos de risa y de miedo, su particular casa del terror y sus atracciones de vértigo, también las de relax y paseo y ¡cómo no! el momento de las palomitas, el algodón de azúcar o los polos de limón. Lo cierto es que había vivido siempre en estado de alerta, una alerta buena y emocionante buscando ilusiones nuevas que la subieran a la montaña rusa y alertas precavidas, las justas, por aquello de no llevar las locuras más allá de lo razonable; ¿por qué le provocaba entonces tanta ansiedad tomar conciencia de ese estado de alerta precavida? ¿se estaría haciendo mayor? tal vez... más información → -
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Temor.
Érase una vez la historia de una tarde de Halloween en la que ella confesó su mayor temor... Berta Rivera Entró en la casa con la pereza propia de un fin de semana de otoño, fingió asustarse ante el pequeño Frankenstein y la todavía más pequeña bruja que habían corrido a abrirle la puerta y no tuvo que fingir horror (sí cierto temor) al ver a su hermana convertida en una vampiresa ¿en qué momento se había convertido Halloween en una fiesta de guardar en casa de su tradicional familia? ¿sabría su madre que se celebraba el día de los muertos vivientes como si fuera una fiesta de golosinas en lugar de un día de peregrinar a los cementerios? El rictus serio que adivinó al verla en el rincón más apartado del salón le hizo pensar que no. Como hacía siempre que su hermana se empeñaba en organizar una fiesta familiar, ella se apresuró a conjurarse con los niños, se vestiría de lo que hiciera falta y se dejaría hacer todos los trucos y tratos que fuesen necesarios pero no quería la mala uva que anticipaba el rostro de su madre cerca de ella ni tampoco los nervios de su hermana, prefería la imaginación desbocada de la pequeña bruja y el jovencito Frankenstein así que se dejó pintar una tela de araña en la cara, comió gominolas con forma de dientes de vampiro y se dispuso incluso a tratar de vaciar una calabaza para convertirla agujerearle los ojos y la boca y convertirla en una aterradora lámpara; todo ello entre llamadas a la puerta, trucos y tratos, puñados de golosinas, sustos y algún que otro temor inventado. Llegó entonces el momento de que fueran sus sobrinos los protagonistas de llamadas a puertas ajenas para saludar al vecindario y recolectar tantas golosinas y chocolates como habían repartido ellos atendiendo a quienes timbraran antes a su puerta; fue cuando abrió la puerta su vecino de cuarto B cuando su pequeña bruja gritó y salió corriendo de vuelta a casa; ella se quedó pasmada ante el ataque de miedo de la pequeña a aquellas horas ya de la fiesta de Halloween pero el pequeño Frankenstein, dándoselas de hermano mayor, se lo aclaró: le dan mucho miedo los vampiros, por eso no me dejan ser Drácula todavía, hasta que crezca un poco, claro... más información → -
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Espanto.
Érase una vez la historia de unos días de espanto y miedo en los que el terror campaba por sus respetos. Berta Rivera Hacía frío. Por primera vez en meses hacía frío. Sólo eso era razón de más para sentir miedo, terror, pavor y espanto porque era señal inequívoca de lo que estaba por venir: un tiempo oscuro y temible, días grises, cielos atronadores, rayos, relámpagos y centellas, lluvia, granizo, nieve, viento... más información → -
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Equilibrios.
Érase una vez...la vida; qué poco podía hacerlos felices a veces, pensó, y cuánto costaba llegar en ocasiones a aquel poco, la vida era una cuestión de equilibrios, renunciar a los máximos para degustar los medios con placer sin caer en los mínimos pero no era ése un equilibrio fácil de mantener. Berta Rivera El ascensor lucía un descorazonador cartel que rezaba 'NO FUNCIONA' así que respiró hondo, pidió a los niños que caminaran delante de ella, lamentó vivir en un quinto piso y aparcar el en sótano 2, se cruzó el bolso, levantó las bolsas de la compra e inició el ascenso; iban por el primer piso cuando su móvil comenzó a vibrar y cantar dentro del bolso, era temprano todavía así que podía tratarse de una llamada de trabajo, en un par de movimientos soltó una bolsa, localizó el teléfono, lo sujetó entre su cabeza y su hombro, cogió la bolsa y, sin apartar la mirada de los niños que se habían adelantado casi un tramo de escaleras, continuó el ascenso e inició la conversación telefónica. De esa guisa pasaban por el rellano del tercer piso cuando se abrió una puerta, era 'la chismes' (como la llamaban sus hijos), una señora no muy mayor pero sí muy cotilla, no era la señora del visillo porque no se molestaba en ocultarse tras él; ella la miró y sonrió con gesto de lamento y disculpa aunque en aquel instante le pareció magnífico que la hubieran llamado del trabajo un par de pisos antes y siguiera enganchada a la conversación; la chismes levantó la mano y abrió la boca pero la cerró de golpe al adivinar por el gesto de su vecina del quinto que no se pararía ni un segundo a hablar con ella; ella por su parte continuó el ascenso, sabiendo que la chismes estaría jurando en arameo por su falta de atención y relatando ya para sus adentros cómo contaría tamaño desplante al día siguiente en la cola de la panadería. Le importaba un bledo, claro... más información → -
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Independiente.
Érase una vez la historia de una mujer que descubrió que ser independientes era tan importante, sino más, que ser libres e iguales. Berta Rivera Colgó el teléfono por tercera vez aquella mañana y, aunque el sonido del viento en los cristales anunciaba un frío de mil demonios en las calles, decidió aventurarse a ellas, no podría soportar una llamada más de quienes veían como un drama que hubiese amanecido sola en casa el día de reyes y no hubiese quedado con nadie para comer. A pesar de lo desapacible del día, había niños en el parque y se veían más bicicletas, patines, patinetes y hoverboard que cualquier otro día, probablemente porque muchos de ellos habían amanecido envueltos en papel de regalo en los árboles de Navidad por obra y gracia de los magos de Oriente; se quedó un rato mirando a los niños y a las niñas reir y divertirse juntos como siempre o incluso un poco más, caerse y levantarse como si no hubiera pasado nada y también gritarse y ayudarse cuando la situación así lo demandaba. Y una vez más, cruzó por su mente el mismo pensamiento: ellos, los más pequeños, niños y niñas, sí eran libres e iguales ¿en qué momento y a santo de qué el asunto se torcía y dejaban de serlo? En realidad hacía mucho tiempo que se había respondido aquella pregunta aunque lo cierto es nunca había logrado resumirla en una sola palabra: independencia... más información → -
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Estrella.
Érase una vez la historia de un año sin estrella. Berta Rivera Era una noche inusualmente clara para ser de invierno y desde su terraza, a pesar de las luces de la ciudad, podía ver un mundo de estrellas sobre su cabeza, había tantas como en la tierra pero las que brillaban en el suelo en lugar de hacerlo en el cielo no le gustaban tanto. . ... más información → -
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Ilusiones.
Érase una vez la historia de las ilusiones perdidas que volvían a casa por Navidad... (o por casualidad). Berta Rivera Se vistió de mala gana y salió a la calle con su mal humor puesto, era domingo pero vivía a contrareloj como si fuera lunes ¿por qué? ¿por qué no era aquel domingo igual a tantos otros? ¿por qué no podía olvidar el reloj y sentir que el mundo dejaba de girar por unas horas? porque tenía visitas aquella tarde. . ... más información → -
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Revés.
Érase una vez la historia de un revés que dio la vuelta a un mundo que ya no pudo nunca ponerse en el mismo orden en el que había estado antes de aquel revés. Berta Rivera Estaba sentada al borde de la cama con el cesto de la ropa que acababa de recoger del tendal a sus pies, con cierta parsimonia comenzó a sacar primero las prendas pequeñas apilándolas bien dobladas sobre la cama, separadas según si debían o no pasar por la plancha y, si era que no, según el armario en el que iban a recogerse; se vio dando la vuelta a los calcetines porque todos se lavaban del revés, también los vaqueros e incluso alguna camiseta, lo hizo con toda naturalidad porque para ella lo natural era lavar esas prendas del revés. Le dio entonces por pensar que tal vez fuera cosa del destino, según un orden que no encajaba a su modo de ver con dios alguno ni tampoco con el diablo, eso de poner las vidas boca abajo en el momento menos pensado, al fin y al cabo, lo de vivir del revés no era tan extraño, había criaturas que incluso caminaban normalmente de ese modo, como los cangrejos. ... más información → -
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Rutina.
Érase una vez una historia en la que las rutinas eran las buenas, no menos aburridas de lo que suelen ser, pero mejores de lo que imaginamos. Berta Rivera Durante las cálidas de intensas tardes de verano las calles permanecían vacías, apenas se veía gente caminando, apenas nadie se atrevía a asomarse más allá de su casa bajo el inclemente sol, sólo alguna lagartija de sangre fría se atrevía a asomarse a la vida y dejar que el sol la tocara; así era la vida en el pueblo, en todos los pueblos. Al caer la tarde, y luego la noche, la vida parecía llegar a las calles antes desiertas, la gente abandonaba sus refugios y salía a respirar, algunos se quedaban a dos pasos de la puerta de su casa, otros salían a caminar, los había que buscaban charla y compañía y algunos más sólo querían aire y respirar pero todos repetían cada día la misma rutina. Siempre le había parecido que, vistos desde arriba, las personas éramos algo así como pequeñas hormigas que nos movíamos a un ritmo marcado de antemano; esa sensación la había incitado siempre a huir de las masas, las costumbres, las rutinas... más información →