Alerta.

Érase una vez la historia de una vida en alerta continua y constante, de una vida por hacer.

Siempre había visto y sentido la vida como una montaña rusa y, lejos de molestarle, así la había disfrutado; le encantaba la emoción de las subidas lentas hacia un punto de inflexión que tenía siempre algo de sorpresa; le encantaba alcanzar las metas y ver el mundo desde el punto más alto de su emoción y disfrutaba igualmente de la rápida bajada hacia a un oasis de paz y tranquilidad que duraba lo justo, lo que tardaba en lanzarse a un nuevo reto, al sumo, unas vacaciones. Y así, en su particular montaña rusa, la vida le había parecido siempre divertida, tanto como un parque de atracciones, con sus momentos de risa y de miedo, su particular casa del terror y sus atracciones de vértigo, también las de relax y paseo y ¡cómo no! el momento de las palomitas, el algodón de azúcar o los polos de limón. Lo cierto es que había vivido siempre en estado de alerta, una alerta buena y emocionante buscando ilusiones nuevas que la subieran a la montaña rusa y alertas precavidas, las justas, por aquello de no llevar las locuras más allá de lo razonable; ¿por qué le provocaba entonces tanta ansiedad tomar conciencia de ese estado de alerta precavida? ¿se estaría haciendo mayor? tal vez.

La paz, la tranquilidad, la seguridad, el control… todo eso no eran más que meras utopías cuando no cárceles para una vida, tenía pocas dudas acerca de eso pero ahora sabía también que a veces era la propia vida la que te metía en una de esas cárceles y no cabía en los planes futuros salir de ella del todo, sólo aprender a vivir en ella ganándose un tercer grado que le permitiera sentir que hacía una vida ‘normal’. He ahí la otra cuestión ¿qué era normal y qué no lo era?.

Solía considerarse ‘normal’ lo que hacía la mayoría y también lo que marcaba la norma (ya fuese una norma escrita a modo de ley o una costumbre comunmente aceptada) ¿qué ocurría entonces con quienes no eran ‘normales’? sonrió ante la primera respuesta que cruzó por su mente, los que no eran ‘normales’ lo que no eran era vulgares y corrientes, eran diferentes ¿eran mejores? ¿eran peores? de todo había…

Tal vez ese era el modo de mirar hacia delante, de seguir y salir adelante, asumiendo la ‘no normalidad‘ de su vida, haciendo de la calamidad virtud, tomar el punto y momento en el que estaba como un tramo de ascenso en su montaña rusa, uno nuevo y diferente, lleno de retos y sorpresas del que ni tan siquiera sabía cuán largo podía llegar a ser ni dónde estaba su momento más alto pero… ¿quién dijo miedo? ¿quién dijo que no podía convertirse la alerta precavida en una alerta emocionante? pensó en las gentes a las que había admirado siempre y se dio cuenta de ninguna de aquellas personas respondía al calificativo ‘normal’; no habían sido ‘normales’ Virgina Woolf ni Marie Curie, tampoco Stephen Hawkins, ninguna de esas tres personas había respondido a las circunstancias de su vida como cabía esperar, como hubiera sido ‘normal’. Ese pensamiento la reconfortó profundamente…

Los archiconocidos Nick Jonas, Jennnifer Stone, Sharon Stone o Vanessa Williams, el más que conocido entre los futboleros merengues Nacho Fernández, Sam Talbot, chef de fama internacional o Will Cross, el primero de los ‘suyos’ en escalar el Everest comparten dos cosas: tocan sus sueños con las manos y viven en alerta cada día. ¿Cuál es tu Everest? preguntaba Cross, la vuelta al cole, sin duda, se respondió y le pareció entonces lo que no le había parecido antes, una meta pequeña y accesible.



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