Ilusiones.

Érase una vez la historia de las ilusiones perdidas que volvían a casa por Navidad... (o por casualidad).

Se vistió de mala gana y salió a la calle con su mal humor puesto, era domingo pero vivía a contrareloj como si fuera lunes ¿por qué? ¿por qué no era aquel domingo igual a tantos otros? ¿por qué no podía olvidar el reloj y sentir que el mundo dejaba de girar por unas horas? porque tenía visitas aquella tarde… ya era diciembre, el mes de los encuentros o, mejor dicho, el mes de evitar que los encuentros acabaran en desencuentros; el sábado había trabajado hasta tarde y se había confiado pero aquella mañana, al meterse en la cocina para preparar el bizcocho de naranja, había descubierto que el agua de azahar brillaba por su ausencia en sus estanterías y el bote de azúcar de abedul estaba casi vacío… pensó en la mirada de reproche de su madre y en la sonrisa omnipotente de su hermana cuando los niños lamentaran la ausencia del bizcocho de naranja en la merienda y entre esa escena y una carrera al supermercado a comprar los ingredientes ausentes para luego hacer a toda prisa el bizcocho para que le diese el tiempo justo a enfriarse antes de la llegada de las visitas… optó por la segunda opción.

Al entrar en el supermercado tuvo que respirar hondo, muy hondo… estaba tomado por un ejército de azafatas, unas ofreciendo productos para degustar, otras haciendo encuentas de satisfacción de un servicio que todavía nadie había prestado, voluntarios repartiendo bolsas para la colecta anual de alimentos… respiró todavía más hondo, sonrió a todo el mundo y fue directa, tan rápido que le permitió la marabunta de compradores, hacia las estanterías en las que sabía encontraría lo que buscaba, los ingredientes ausentes de su cocina… pero no pudo evitar entretenerse más de la cuenta.

Al pasar por la sección de textil sus ojos se empeñaban en detenerse en los calcetines de colores y tomó nota mental de ellos en su lista de regalos, vio un jersey azul marino con un papá noel de lana en su parte frontal, la nariz era como la de un payaso una pelota (en realidad un pompón) que sobresalía del jersey, se paró y se quedó mirándolo, sonriendo sin darse apenas cuenta y pensando en una travesura… hacía muchos años, más de los que le gustaba reconocer, que su grupo de amigos competía a ver quien llevaba el jersey más tipo Darcy de la fiesta (cosas de su común fanatismo por Bridget Jones y, más concretamente, por la Bridget Jones que ellas llevaban dentro), aquel jersey azul marino seguro que hubiera causado sensación… ¿y si lo compraba? ¿y si se lo enviaba… por los viejos tiempos? o mejor… ¿y si trataba de organizar una cena de amigos como aquellas?.

Compró los ingredientes ausentes de su cocina… y el jersey azul marino con el papá Noel narigudo en su parte delantera y corrió a casa con la ilusión puesta, convencida de que el bizcocho estaría a punto cuando llegara su familia y de que lograría reunir a toda la banda antes del final del año; sonreía sola en la cocina mientras mezclaba los huevos con el azúcar de abedul y se disponía a añadir el aceite, el zumo de la naranja, la leche, la harina integral, la levadura, la pizca de sal, la rayadura de naranja y el agua de azahar.

Mientras el bizcocho subía en el horno ella recopilaba teléfonos e hilvanaba un mensaje y sonreía, sonreía tanto que le parecía increíble el mal humor con el que había salido de cada aquella mañana… o tal vez no tan increíble, al fin y al cabo ¿qué era la vida más que un asunto de ilusiones? ilusiones vividas, perdidas, re-encontradas e incluso inventadas pero ilusiones en todo caso, ¡de ilusiones también se vive! solía pensar años atrás, ahora sabía que no era del todo cierto, en realidad de ilusiones es de lo único que se vive.



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