Los Curie: dobles parejas de Premios Nobel.

Si se preguntara por el nombre de una mujer científica, el 90% de las respuestas señalarían a Madame Curie.

Si se preguntara por el nombre de una mujer científica,  el 90% de las respuestas señalarían a Madame Curie. Marie Curie (1867-1934), junto con su marido Pierre, fueron dos celebérrimos científicos franceses. Ella, en realidad, no era francesa sino una polaca que llegó a París para estudiar en la Sorbona tras duros años trabajando como institutriz hasta que reunió el dinero suficiente. Trabajó con su marido, compañero, confidente y amigo, Pierre Curie, que supo amarla como mujer y como científica, sin desmerecerla ni como madre trabajadora, ni como esposa ni como investigadora más talentosa que él. Ese tipo de amor no es cualquier cosa. Ni entonces ni ahora.

Sus trabajos merecieron ganar un Nobel en Física  compartido con su marido y su mentor Becquerel en 1903. Pero además, Marie ganó otro Nobel de Química ella sola en 1911.

No fue fácil salir adelante para ella. Tuvo que estudiar a escondidas, en lo que se llamaba Universidad Flotante, y que consistía en un grupo de mujeres dispuestas a transgredir la ley para formarse. Polonia estaba invadida por Rusia y no estaba permitido salirse de lo establecido. Su padre era profesor y había educado a sus hijas para desarrollar sus habilidades. Llegó al ateismo por enfado con el universo cuando su madre, católica y muy religiosa, murió de tuberculosis. Dos años antes había muerto una hermana de tifus.  Perder la fe por sufrimiento es tan humano, tan comprensible, que escuece saber que, años después, la sociedad francesa la señalaría con el dedo por ser atea y extranjera.

Su etapa de investigadora una vez acabadas sus dos licenciaturas en matemáticas y en física, estuvieron marcados por la penuria económica y por la pasión científica.  Pero fue una de las pocas investigadoras que conozco que nada más empezar a ganar dinero, por miserable que fuera el estipendio, devolvió la beca de 600 rublos para que otro estudiante polaco pudiera beneficiarse de esa oportunidad.

Porque si alguien piensa que la racionalidad y la ciencia están reñidas con la pasión, el arrojo, el coraje y la coherencia, está muy equivocado. Y la historia de Marie Curie y Pierre es el ejemplo perfecto.

Solamente cuando les concedieron el Nobel de 1903 empezaron a ser reconocidos los logros del matrimonio. Eran mucho más considerados en Inglaterra o Estados Unidos. Pero con todo y con eso, eran una familia feliz, y más todavía cuando nacieron sus hijas Irene y, siete años después, Eve. El padre de Pierre, que vivía con ellos desde que enviudara, cuidaba de las niñas mientras ellos trabajaban en el laboratorio.

Pierre enfermó gravemente por los efectos radioactivos del material de trabajo. Marie aún no. Ella estuvo ahí, en la enfermedad. Pero por estos misterios que la vida nos guarda, Pierre no murió de su grave enfermedad, sino atropellado por un coche de caballos. Marie quedó desolada. Al poco tiempo murió su suegro. Sola completamente siguió con sus investigaciones. La sociedad francesa seguía sin aceptarla. Y menos cuando se descubrió su relación con un discípulo de su marido, casado y con hijos. La masacraron. Se fue a Inglaterra bajo nombre falso. Solamente el segundo premio Nobel  le devolvería las fuerzas y limpiaría su buen nombre científico. Volvió al trabajo: heredó de Pierre la cátedra de la Sorbona y se convirtió en la primera mujer en dar clase en una universidad. Siguió avanzando. Sin arredrarse.

Durante la Primera Guerra Mundial sirvió a su segunda patria, Francia. Cedió todo el uranio de que disponía. Creó las Petit Curie, unidades móviles para hacer radiografías en campaña. Formó a médicos para que pudieran hacerlo. Su hija Irène la ayudaba. La joven estudió Física y Química durante la guerra y trabajó como asistente de radiografía de varios hospitales.  Enseguida se ocupó de ayudar a su madre en el laboratorio, de aprender de ella y, cuando enfermó de leucemia, de cuidarla.

Igual que su madre, conoció en el laboratorio a quien sería el amor de su vida: Frédéric Joliot. Junto a él realizaría las investigaciones que les llevaría, a ellos también, a ser premiados con un Nobel de Química en 1935. Los dos trabajaron en las reacciones en cadena y en los requisitos para la construcción de un reactor nuclear que utilizara la fisión nuclear controlada para generar energía mediante el uso de uranio y agua pesada.

Su madre había muerto hacía solamente un año y ella fue nombrada directora de investigación de la Fundación Nacional de Ciencias. Al año siguiente obtuvo el puesto de subsecretaria de Estado Francés en investigación científica. Pero en 1951 fue apartada de la Comisión Francesa de Energía Atómica por ser miembro del Partido Comunista de Francia.

Murió de leucemia, como Marie, también producida por la sobre exposición al uranio.



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