Max Planck, energía humana.

Perseverar y seguir trabajando, su lema, fue el secreto de su vida, el motor que le ayudó en los peores momentos.

Decir Max Planck (1858-1947) es decir ciencia alemana. Hijo, nieto y bisnieto de académicos, estudió Física como podía haber estudiado Literatura, disciplina en la que también destacaba. Tocaba el piano y gustaba tanto de los números como de las letras. Era un excelente profesor y nunca actuó pretenciosamente. Pero le tocó un aquí y un ahora muy difíciles: la Alemania de la primera mitad del siglo XX. Dos Guerras Mundiales perdidas no deben ser fáciles de superar. Su premisa era perseverar y seguir trabajando a pesar de las circunstancias. No estuvo al servicio del gobierno, pero tampoco fue un exiliado como su amigo Einstein. Era una figura destacada en la ciencia europea de entonces, el descubridor de los quantum, unidades de energía mínimas, y también un ser humano noble. Porque solamente alguien así es capaz de votar a favor de un artículo académico italiano cuando Italia estaba a punto de unirse a los aliados en la Primera Guerra Mundial. Y gracias a eso el Premio de la Academia de Ciencias de Prusia se fue para un país con el que había un enfrentamiento armado en ciernes.

Es cierto que firmó el Manifiesto de los 93, en el que se exaltaban sentimientos nacionalistas, pero se retractó y siempre se mantuvo alejado del nacionalismo extremo. Max Planck fue una víctima de las circunstancias de su país. Y eso, unido a su perseverante trabajo y su talento científico hacen más valiosas aún sus aportaciones.

¿Quién no sucumbiría cuando a los 50 años le esperaba un verdadero calvario? En 1909 murió su primera mujer después de 22 años de matrimonio y cuatro hijos: Karl, Erwin y las dos mellizas Greta y Emma. Karl murió en Verdún en 1914 y en el mismo año, Erwin fue capturado por el ejército francés, pero sobrevivió. En 1917, en plena guerra, una de las mellizas, Greta, murió dando a luz a su primer hijo. Su viudo se casó con la hermana, Emma, quien también murió en el parto de su primer hijo en 1919. Cuando acabó la guerra Max se había casado en segundas nupcias y ya tenía un hijo, Hermann. Pero de su familia solamente le quedaba Erwin, a quien permaneció muy unido. El Premio Nobel con el que fue reconocido en 1918 no mitigaría tanto dolor.

Erwin fue detenido en 1944 por la Gestapo acusado del intento de asesinato de Hitler y fusilado en 1945. Mientras tanto, Max, y su segunda mujer y el pequeño Hermann, que habían tenido que abandonar su piso de Berlín y vivía en el campo, hubieron de ser trasladados a casa de unos parientes ante el avance de los Aliados. Su hogar de Berlín con sus avances científicos, apuntes, correspondencia e instrumental fue devastado por los bombardeos.

Nunca dejó de viajar y con 85 años, aún escalaba los picos de 3.000 metros de los majestuosos Alpes. Pero la pérdida de Erwin le quitó todo aliento vital y murió dos años después.

Perseverar y seguir trabajando, su lema, fue el secreto de su vida, el motor que le ayudó en los peores momentos.



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