Un instante de genialidad.
“La mejor obra de la arquitectura estadounidense de la historia” según el American Institute of Architects.
Edgar Kaufmann no dio su brazo a torcer y aquel mismo día avisó al arquitecto de que se presentaría de inmediato en su estudio para ver el desarrollo de su nueva vivienda de vacaciones. Lo que no sabía, es que Frank Lloyd Wright había estado demasiado ocupado con el diseño del nuevo modelo de ciudad Broadacre City, y apenas había dedicado tiempo a su proyecto.
Durante las dos horas que duró el trayecto de Mr. Kaufmann, Wright se puso manos a la obra y esbozó los dibujos de la que posteriormente se consagraría como “la mejor obra de la arquitectura estadounidense de la historia” según el American Institute of Architects (AIA).
“Quiero que viváis con la cascada, no sólo que la miréis sino que se convierta en parte integral de vuestras vidas“, le comentó al cliente que inmediatamente quedó hipnotizado.
Situada en el paraje Mill Run, en Pensilvania, la casa de la cascada (Fallingwater o casa Kaufmann) se construiría en 1937 siguiendo los principios de la arquitectura orgánica preconizada por Wright, arquitectura que da vital importancia a la adaptación e integración de la arquitectura en el entorno donde se ubica.
De este modo el discurrir del agua sobre las rocas, es materializado a partir de distintas plataformas en voladizo que se deslizan sobre el cuerpo central de la vivienda construido con la piedra autóctona del lugar. Lo esencial del entorno queda reflejado en la construcción: lo fluido frente a lo sólido, lo perdurable frente a lo efímero, las ligeras plataformas flotando sobre el núcleo estático en piedra.
Una vez en el interior, el rumor del agua es constante y en el salón principal el pavimento ejecutado en piedra, denota un acabado pulido dando la sensación de permanecer mojado por la humedad de la zona. Sobre la cama del dormitorio un lucernario por donde vislumbrar las estrellas. Cada pieza encaja formando un espacio coherente con el entorno, un espacio en la naturaleza y para la naturaleza.
En una ocasión Wright se molestó cuando un periodista le dijo que era considerado el mejor arquitecto de Estados Unidos. Desde joven Wright sabía que había nacido para triunfar, y a pesar de que gran parte de su obra se concentró una vez cumplió los sesenta, su plena confianza en sí mismo logró que nunca desistiera en su empeño por lograr el papel para el cual, según él, había nacido: ser el mejor arquitecto del mundo.