Tiempo de silencio se sube al escenario del Teatro de la Abadía.

Hoy es el teatro el que nos acerca al mundo de Martín Santos, gracias a la adaptación del texto para escena del austriaco Eberhard Petschinka y el montaje coral de Rafael Sánchez. 

Cuando Luis Martín Santos escribió la que fue su única novela completa, el madrileño Barrio de las Letras era un escenario sórdido, casposo —como casi todo el Madrid de los sesenta—, sepultado por la represión. Allí, entre la acera izquierda de la calle Atocha y las callejuelas cervantinas se desarrolla Tiempo de silencio.

Militante del PSOE en la clandestinidad, disidente del régimen, Martín Santos contemplaba la realidad española a través de la mordacidad. En su vana lucha por cambiar el país, fue detenido y encarcelado varias veces. También fue uno de los grandes renovadores de la narrativa española del siglo XX. Tal vez el más brillante de aquel grupo selecto integrado por Juan Benet, Carmen Martín Gaite, Aldecoa o Sánchez Ferlosio. Todos lo hicieron, pero él especialmente rescata la novela de las tinieblas del realismo social.

Utiliza la segunda persona y el monólogo interior con una habilidad extraordinaria en una estética literaria próxima a escritores como Joyce, Proust o William Faulkner, salpicada por la tradición picaresca, el lenguaje de Valle-Inclán y el imaginario de Goya. No tuvimos ocasión de comprobar el resultado de su proyecto literario. Un accidente de tráfico en el 64 sesgó su vida y la de su siguiente novela, Tiempo de destrucción, inconclusa.

Cuando se publicó Tiempo de silencio en 1962, el régimen censuró veinte páginas, entre otros pasajes el de la visita al burdel a modo de Noche de Walpurgis. La obra es un descenso a las cloacas de la vida urbana. Al infierno de la soledad, del silencio, de la mezquindad del franquismo. Es también el fracaso del individuo frente a la sociedad. Aunque la trama se desarrolle a finales de la década de 1940, la visión grotesca no se aleja de la convivencia de los hombres en nuestra sociedad actual.

Hace tres años, Manuel Rodríguez Rivero escribía en El País que Tiempo de silencio es una de esas novelas que uno debería leer al menos una vez cada lustro. Y tiene razón. Aunque hoy es el teatro el que nos acerca al mundo de Martín Santos, gracias a la adaptación del texto para escena del austriaco Eberhard Petschinka y el montaje coral de Rafael Sánchez. La Abadía ha encontrado el punto de partida idóneo para el debut en nuestro país del joven director.

Con esta puesta en escena, el teatro madrileño cierra el ciclo sobre la memoria histórica que incluye Unamuno: venceréis pero no convenceréis y Azaña, una pasión española.

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Del 26 de abril al 3 de junio 2018. Teatro de la Abadía, sala Juan de la Cruz.

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