El ángel de fuego, más allá del simbolismo.

El Teatro Real estrena en España 'El ángel de fuego', de Sergéi Prokófiev, un descarnado viaje a las secuelas de la violencia infantil.

El Teatro Real ofrece en Madrid diez funciones de El ángel de fuego, la ópera que  Sergéi Prokófiev terminó de componer en 1927. Las representaciones tendrán lugar entre los días 22 de marzo y 5 de abril, en una producción conjunta con la Ópera de Zúrich. Bajo la dirección de Calixto Bieito, la acción se sitúa en la Alemania preluterana de los años 50-60 del siglo pasado.

El doble reparto encabezado por las sopranos Ausrine Stundyte y Elena Popovskaya (Renata), los barítonos Leigh Melrose y Dimitris Tiliakos (Ruprecht), los tenores Dmitry Golovnin y Vsevolod Grivnov (Agrippa von Nettesheim / Mefistófeles), las mezzosopranos Agnieszka Rehlis y Olesya Petrova (La Madre Superiora / Vidente), los bajos Mika Kares y Pavel Daniluk (El Inquisidor) actuarán junto al Coro y la Orquesta Titulares del Teatro Real dirigidos por el valenciano Gustavo Gimeno.

El ángel de fuego es una obra polémica y oscura que narra en siete escenas distribuidas en cinco actos la historia satánica de Renata y el caballero Ruprecht. Ella, marcada por un episodio de abuso y trauma irresuelto en su niñez, muestra una personalidad compleja y un relato salpicado de sordidez, esoterismo y posesiones. Renata sufre un proceso de disociación que le lleva a confundir la realidad exterior con la propia. Por su parte, Ruprecht siente por Renata una pasión descontrolada. Y eso que, la noche en que la conoció se comprometió firmemente en ayudarla a localizar al conde Heinrich, la supuesta reencarnación del ángel Meidel que se le aparecía de niña.

La obra, con libreto del propio compositor basado en la novela homónima del escritor simbolista ruso Valeri Briúsov (1873-1924), tuvo una larga y accidentada gestación (de 1919 a 1927) y un camino no menos difícil después de concluida la partitura. La historia de Briúsov se desarrolla en la Alemania renacentista y sobre ella se proyecta el simbolismo ruso de los primeros años del siglo XX. Visiones satánicas y un discurso blasfemo y amoral para la época condenan al ostracismo tanto el texto literario como la composición posterior de Prokófiev. Él, desde el principio, fue consciente de las dificultades que le acarrearía la escritura del libreto. La adaptación de la novela, afirmaba ya en 1919, “podía dar lugar a una ópera fascinante y poderosa”. Y así fue. Sin embargo, la ópera provocó el rechazo generalizado en los teatros y estuvo prohibida en Rusia durante todo el periodo soviético. De hecho no se estrenó hasta 1955, en Venecia, ya fallecido el compositor.

El compositor, pianista y director Serguei Prokofiev fue uno de los músicos más significativos del siglo XX. Nacidoo en Donetsk (hoy Ucrania) siempre se sintió especialmente atraído por lo original y lo rupturista que trasladó a las partituras mediante u potente lenguaje musical. Su prolífico catálogo compositivo incluye suites, sonatas para piano, conciertos, sinfonías, ballets y catorce óperas de las concluyó sólo diez. El ángel de fuego es una de las menos representadas tanto por la dificultad que supone para los intérpretes como por lo controvertido del argumento.

La trama, que une alquimia, brujería, cabalística, exorcismo e inquisición originó una partitura con un lenguaje de tintes expresionistas, tonos sombríos y pasajes disonantes. La producción concebida por Bieito y la dramaturga Beate Breidenbach rehúye el esoterismo del libreto y profundiza en el drama real de Renata, en su mente enajenada, en su memoria herida, en la inocencia perdida antes de tiempo.

En el escenario se suceden los actos como destellos de la memoria, recreados en una estructura giratoria diseñada por Rebecca Ringst. Junto a la iluminación de Franck Evin y los vídeos angustiosos de Sarah Derendinger, la escena se transforma en una verdadera casa de los horrores. Solo una bicicleta, símbolo de la libertad, fragilidad y fuga de Renata, recuerda la infancia desgarrada de la protagonista.



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