Comprender.
Vestirse la piel del otro, mirar por sus ojos, andar o desandar sus caminos...
La mayoría, o al menos muy buena parte, de las batallas que luchamos, de las guerras que mantenemos, de las discusiones y encuentros que tanto nos marcan durante nuestro paso por la vida se podrían resolver o atenuar con esa palabra: «Comprender». Vestirse la piel del otro, mirar por sus ojos, andar o desandar sus caminos. Mirar desde su acera, desde su espejo. Las heridas no se curan provocando heridas. Las armas no dejan de herirte si hieres. Pocas heridas en este país tan profundas en el tiempo y en el dolor como la violencia terrorista y la existencia de ETA. La simple pronunciación de su nombre basta para discutir, así que no digamos profundizar en el tema. Sin embargo, hasta esa herida pasa por comprender, que no por apoyar o justificar. Los verbos están para que cada uno se use según su significado.
El hijo del acordeonista es la adaptación teatral de la novela del mismo título de Bernardo Atxaga, realizada por Patxo Tellería que levanta el telón en el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional hasta el 7 de abril. Nos cuenta la historia de David y Joseba, dos amigos de los de toda la vida, que circulan alrededor de esa palabra, de comprender. De su relación con ETA y entre ellos mismos. De recuerdos, errores, cobardías, amistades, violencias y causas, pérdidas o esperadas. No es una obra fácil ni pretende serlo. Porque el valor de comprender viene, precisamente, de la dificultad que supone dejar de lado nuestras propias reglas para dar algún tipo de valor al contrario.
Recomendable para mentes abiertas y miradas dispuestas. Para pasar veladas un poco más allá de las sonrisas típicas del fin de semana. Porque a veces hay que dejar de combatir y empezar a comprender.
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Más información Centro Dramático Nacional