Vuelta al cole.

Érase una vez la historia del día más triste del año... el día de la vuelta al cole cuando la adolescencia llama a tu puerta.

Aquello de hacerse mayor estaba tomando tintes poco interesantes, seguía volviendo al cole como los pequeños pero además tenía que colaborar en el forrado de los libros y ponerles el nombre ella misma ¡caramba! su madre decía que si era mayor para bajar sola  a la piscina también lo era para forrar sus libros… estaba segura de que había algo de venganza en aquella afirmación.

Lo cierto es que el verano había sido ‘movidito’ porque, claro, ya tenía 12 años y eso de tener que organizar su agenda al ritmo de la de sus padres no iba con ella ¡ya era mayor! (mayorcísima, murmuraba su madre entre dientes cada vez que ella daba un golpe de melena alardeando de su avanzada edad); lo que ella no había imaginado es que sus pequeños logros (quedarse a veces sola en casa o bajar a la piscina con sus amigos sin supervisión directa de padres ni madres) iba a tener más consecuencias que las de asumir responsabilidades como bajar la basura, recoger su habitación, hacer su cama o poner y quitar la mesa pero ¡oh sorpresa! la vuelta al cole venía con nuevos quehaceres.

Mientras dejaba crecer la indignación que sentía, incluso alimentándola, seguía con sus manualidades para intentar que sus libros quedaran magníficamente forrados y con su nombre y curso perfectamente legible donde correspondía, para cuando la tarea iba aproximadamente por la mitad la indignación estaba ya en tonos máximos y comenzaba a diluirse ante la posibilidad de acabar pronto la tarea para poder volver a disfrutar de sus pequeñas cotas de libertad antes de que la vuelta cole con sus deberes acabaran por arruinarle la vida…

¡Arruinarle la vida! ante tamaña frase su madre reía casi más de pena por sí misma que por su hija porque aquella afirmación tan elocuente resumía en tres palabras todo el camino que le quedaba por recorrer hasta que aquel empezar a hacerse mayor que habían empezado a vivir ese verano se convirtiera de facto en un ‘ya es mayor‘.

Lo que ella no supo es que, en cuanto corriendo a la piscina su madre hojeó sus libros del colegio y también los libros de su estantería de lecturas pendientes, había algunos que llevaban allí largo tiempo demostrando que le resultaban poco atractivos así que los subió a la estantería superior (la de ‘tal vez algún día…‘) y añadió ejemplares nuevos a la de pendientes… sabía que le encantaría la historia interminable y puso Momo al lado por si despertaba su curiosidad, dejó al Lazarillo de Tormes y a Rinconete y Cortadillo en medio de la estantería porque, aunque sólo fuese por aquello de ser cortos, había posiblidades de que resultasen elegidos; comprobó que La isla del Tesoro y Un Mundo Perdido estaban ya en la estantería de leídos junto al Cid y El libro de la Selva, Alicia en el País de las Maravillas y 20000 Leguas de Viaje Submarino, razón por la que decidió engordar el estante de libros pendientes con El Principito, Los Tres Mosqueteros y Viaje al centro de la Tierra, Mujercitas y Las Aventuras de Tom Sawyer… luego estaba el ebook y lo que la joven loca adolescente que tenía por hija pedía y elegía leer a veces por gusto y en otras ocasiones solo por llevar la contraria pero en todo caso ella seguiría ocupándose de que en su habitación tuviese siempre un buen libro que echarse a la cabeza.

Aquella noche, cuando cenaron temprano para acometer desde el primer día la rutina de acostarse pronto con un libro en la mano para dormir luego mucho y bien y despertarse despejados, se oyó en casa algo así como ¡qué depresión! … otra de las frases que resumía cuánto les quedaba todavía por crecer, vivir y disfrutar… –Bendiga vuelta al cole– pensó su madre –algún día también tú lo verás así…-.



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