Velo.
Érase una vez la historia una niña a la que un mal día le dijeron que tenía comenzar a llevar el velo (hiyab) y lo que sucedió después.
Recogió su cabello en un moño bajo hecho con desgana bajo la atenta y doliente mirada de su madre, una mujer de mediana edad que esperaba paciente en la puerta del baño para ayudarla a ponerse el velo, su hijab; hasta ahora no lo había llevado porque era todavía una niña pero la adolescencia daba ya las primeras muestras evidentes de la mujer en la que iba a convertirse y ese era el momento en el que le correspondía utilizar el hijab.
Su madre lo llevaba desde la misma edad que tenía ahora su niña y le sorprendía el silencio y la obediencia mostrada por la pequeña, hasta el día antes había cuidado su melena como su gran tesoro luciéndola con la coquetería propia de una adolescente, ahora callaba y se disponía a ocultarla por siempre jamás; a su madre le sorprendía aquella actitud complaciente para con las normas de su familia, le sorprendía y, en su fuero interno, la lamentaba porque estaba dispuesta a luchar por la libertad de su hija como no había sido capaz de luchar por la suya propia pero no veía el modo de hacerlo si la pequeña no daba muestra alguna de rebeldía.
Esperó nerviosa el regreso de la niña tras su primer día de instituto con el hijab cubriendo su cabeza, temía y deseaba a la vez que al verse fuera del entorno familiar y entre sus amigas, tal vez esa rebeldía que echaba en falta surgiera… pero la niña llegó a casa, pidió permiso para quitarse el hijab, cosa que como estaba ya en casa con sus familiares más cercanos sabía que podía hacer, y se marchó a su habitación, había examen de ciencias, dijo.
Su madre la siguió a la habitación y la niña le sonrió y se anticipó a las preguntas que sabría que vendrían: no te preocupes, mamá, estoy bien, he estado con mis amigas como siempre, a ellas no les importa que lleve el hijab, estaré bien, de veras, no te preocupes… sé que debo vestir con modestia y eso haré, no causaré ningún problema…
La madre la miró sintiendo como el corazón le latía en la garganta ¡causa problemas! quiso gritarle, pero no lo hizo, sólo le dijo que podía hablar con ella fuera lo que fuera lo que le preocupara, en cualquier momento, que la ayudaría, eso fue todo.
Cuando se quedó sola la pequeña se sentó junto al tocador de juguete que todavía tenía en su habitación y se soltó el pelo, comenzó a cepillarlo mientras veía su melena en el espejo, las lágrimas le caían a mares por el rostro pero no se inmutaba, seguía cepillando su melena.
Sabía que aquel día llegaría, le habían hablado una y mil veces del hijab, de las razones por las que debería llevarlo, que eran las mismas por las que lo llevaba su madre y también su abuela, pero a pesar de eso lo veía como algo ajeno a ella porque ella era una niña europea que vivía como cualquier niña europea a la que no sólo nadie le decía cómo tenía que vestir sino que era protegida sin necesidad de taparla como la tapaban ahora a ella.
¿Qué podía hacer? había visto tanta tristeza en los ojos de su madre al ayudarla a ponerse el hijab como orgullo en los de su abuela al verla salir por la puerta con él perfectamente puesto pero si su madre no había sido capaz de quitarse su propio hiyab ni tan siquiera ahora que su padre había muerto y vivía sola con ella y con la abuela ¿cómo iba a pedirle que no se lo pusieran a ella?.
Pensó que en el instituto sería diferente, allí ni los profesores ni los alumnos eran como su abuela, allí se hablaba de feminismo y de proteger a las mujeres, de libertad, de igualdad… pensaba que allí la comprenderían, le ayudarían… pero lo que encontró fue una magnífica comprensión hacia su hijab, como si al llevar el velo ya no la viesen a ella como una niña camino de ser una mujer libre sino como un símbolo de algo que no acababa de entender. Ahora, sola en su habitación y peinando su melena se dio cuenta de lo que era, era autocomplacencia, era el gusto de reconocerse tolerantes y respetuosos con su religión, con su origen no europeo ¿y ella? ella no le importaba a nadie; hablaban de respetar la decisión de cada mujer de llevar el hijab pero ¿cuándo había decidido ella llevar hijab? ¿cuándo lo había decidido su madre? ¿quién las repetaría cuando fueran castigadas sólo por insinuar que no querían llevarlo?.
Dejó el peine sobre el pequeño tocador y se miró al espejo, se miró directamente a los ojos y se dijo: estás sola, completamente sola y sólo tienes dos caminos: ser como tu madre y vivir triste bajo tu hijab el resto de tu vida o ser como las mujeres de Irán, ser valiente aún a riesgo de lo que tu propia abuela pueda hacer o decir…
Sabía que no tenía que decirlo aquella noche pero también sabía que, bajo el hijab, bajo aquel velo, sería cada vez más invisible para el mundo y acabaría apagándose como vela que se agota.
Se acostó pronto tratando de alargar la noche para sentir más lejos el momento de esconderse bajo el hijab y en el duermevela continuo en el que se convirtió su noche recordó el día en el que se habían retirado los crucifijos que había en todas las clases; se sentó de un bote en la cama y comenzó a reir y llorar a la vez, al levantarse volvería a ponerse el hijab pero ahora sabía lo que tenía que hacer.
Al día siguiente salió de casa con su hijab puesto pero con una gran determinación en su mirada, su madre la miró inquisitivamente pero la niña no le dijo ni una palabra, al llegar al instituto pidió hablar con el director, tanto su tutora como el psicólogo del instituto trataron de hablar con ella pero la niña se mostraba tranquila y decía que necesitaba hablar con el director para un asunto importante; el director accedió temiendo que hubiese sufrido algún tipo de bulling dado que la niña acabada de empezar a utilizar el hijab; su madre había estado en el instituto la semana anterior para asegurarse de que todo iba bien, se habían dado charlas a los alumnos para asegurar el respeto a las creencias religiosas de todos (de hecho por eso habían retirado los crucifijos…) pero eran muchos los alumnos que asistían a aquel instituto, tal vez alguna oveja descarriada… (algún racista redomado, algún fascista inconsciente…). La niña llamó a la puerta y él le indicó que pasara.
La pequeña se sentó en la silla vacía frente al escritorio del director, el la saludó amablemente y le preguntó en qué podía ayudarla, ella respondió con voz firme (llevaba desde la madrugada ensayando su petición): quiero pedirle que se asegure que se cumple la norma que pusieron a principio de curso ‘nada de símbolos religiosos en el instituto’; el director la miró desconcertado ¿habría todavía algún crucifijo por alguna clase? pero al mirar a la niña vio como su dedo índice señalaba directamente a su cabeza, a su hijab.
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Este cuento termina con una pregunta: ¿tiene sentido hablar del derecho al uso de hijab cuando lo que no existe es el derecho a no llevarlo? (hay países donde las mujeres que osan no usar el hijab son condenadas como si fuesen delincuentes).