Veleta.
Érase una vez un granjero que tenía una veleta de cuya utilidad, a veces, dudaba.
Detestaba el otoño, también la primavera, eran tiempos inestables en los que nunca sabía por dónde podía venir el viento ni si traería o llevaría nubes, ni tan siquiera de qué vendrían cargadas esas nubes, si venían… El invierno y el verano le parecían más fiables, no llevaban nunca a engaño, uno sabía siempre qué esperar de ellos pero la primavera y el otoño eran otra cosa.
Salió al porche de la casa y se sentó en el sillón de mimbre que ocupaba la pequeña terraza, tenía una taza de café templado entre sus manos y miraba al cielo y al horizonte en busca de alguna señal que le sirviera de advertencia ¿de dónde venía el viento? ¿cómo de fuerte soplaba? ¿qué arrastraba?. No vio nada, solo una imagen plomiza y gris que podía diluirse entre rayos de sol en diez minutos o volverse negra y pintar un futuro dantesco en otros diez.
Apuró su café y caminó arrastrando los pies hacia la parte de atrás de la casa, desde allí tenía una vista completa de su plantación, estaba a punto de caramelo para la recolecta, en ese punto en el que le faltan días, sólo días, para llegar al momento perfecto y en el que, si pintan bastos en el cielo, podía recogerse ya con éxito por eso aquel domingo era importante decidir si de verdad pintaban bastos y el lunes, al amanecer, ponía en marcha todo lo necesario para iniciar la recolección con la semana o esperaba…
Se pasaría la tarde consultando predicciones meteorológicas en internet, cenaría con sus padres porque ellos tenían otra información (la que sólo da la experiencia) y aliñaría todo ese saber con lo que le estaba chivando su veleta…
Hacía pocas semanas que había colocado una veleta junto a su plantación, algún que otro vecino se había reído preguntándole si pensaba abandonar los métodos modernos que desvelaba la enorme antena parabólica de su tejado en favor de los tradicionales, el sonrió sin ganas y dejó que su veleta le indicara la dirección y la fuerza del viento.
Las predicciones de los expertos meteorólogos era importantes, lo eran no tanto por lo que tenían ellos de futurólogos prediciendo lo que ocurriría en los días siguientes sino por toda la información histórica de que disponían y la capacidad que tenían de desarrollar previsiones en base a ella pero su plantación era un granito de arena en el desierto y cómo afectaba la colina que había detrás de su casa a la borrasca que venía en camino era algo que no salía en los telediarios… solía quejarse amargamente de vivir en un valle con su propio microclima.
Paseó por su plantación y miró hacia su veleta antes de encerrarse en casa y trabajar con la información que había ido acumulando en su ordenador y las últimas previsiones, la miró atentamente durante unos minutos: si el viento venía del sur sería todavía cálido y no traería agua, además haría la recolección francamente incómoda, en ese caso mejor esperar; pero si era del norte… si era del norte traería nubes y frío ¿agua? tal vez, mejor no esperar a averiguarlo e iniciar la recolección; claro que esos eran los casos fáciles, la veleta a veces giraba y lo que decía a una hora difería de lo que decía a la hora siguente porque a veces los vientos no eran constantes sino racheados ¿qué hacer?.
Áquel era el momento que más detestaba de su trabajo, una decisión conservadora lo llevaría a una cosecha mediocre pero una atrevida tal vez le hiciera perderlo todo, miró de nuevo a su veleta allí estaba su orgulloso gallo con cresta y todo (esa era la figura que había elegido para su veleta, no tanto porque tuviera simpatía alguna por los gallos sino para cortar de raíz los mil y un comentarios acerca de su mujer, que lo había dejado, nadie sabía por qué ni por quién, meses atrás ‘sin plumas y cacareando lo ha dejado‘ decían los maldicentes vecinos… y él puso el gallo, con la cresta bien erguida, a modo de veleta); entonces se dio cuenta de que aunque la veleta se hubiera movido de modo cambiante durante el día, solía marcar regularmente dirección norte y, cuando el gallo decía que el aire soplaba del norte, no solía equivocarse…
Pasaban de las 12 de la noche cuando salió una vez más al porche y caminó hacia la parte de atrás de su casa, frente a su plantación; llevaba una taza de chocolate caliente en sus manos porque la noche era la más fría del otoño hasta la fecha; miró a su gallo y sonrió, nunca había pensado en la utilidad de un método tan antiguo como una veleta y resulta que aquella noche sus sesudos estudios de las predicciones meteorológicas y la sabiduría popular de sus padres no sólo coincidían entre sí sino que daban la razón a su veleta, que marcaba viento del norte; sonrió ya relajado, había hecho lo más complicado, tomar la decisión, ahora empezaba la ‘fiesta’, a las 5 se pondría en pie y esperaba que no más allá de las 10 estarían ya en marcha las máquinas y los jornaleros, por supuesto también él mismo, recolectando el fruto de aquella temporada; tal vez no sería tan bueno como podría haberlo sido de esperar unos días más, incluso alguna semana más, pero sería bueno, lo sería gracias a muchos esfuerzos y muchos cálculos, a mucho trabajo y la utilidad de su veleta.