Up & Down.

Érase una vez un domingo de febrero en el que un hombre confesó, ante la estupefacción general, ¡qué cansada es la vida, coño!.

Tras un buen número de días luminosos y cielos claros las nubes habían hecho acto de presencia, todavía no sentía el frío intenso que anunciaban aquellas nubes pero sabía que, según avanzase la tarde, lo haría; por eso, antes de el frío atenazase sus músculos, se calzó sus zapatillas y salió más con el ánimo de caminar la ciudad que con el de recorrerla al trote; quería sentir el bullicio de la tarde del domingo antes de que el perezoso invierno que aquel año parecía que no quería llegar, hiciese de verdad acto de presencia congelando los ánimos del mundo y encerrándolos en casa al calor de la calefacción y el café recién hecho. Además su cabeza era un hervidero de ideas, miedos, listas de tareas inconclusas, quehaceres en definitiva y sobre todo responsabilidades, pocas pero muy serias, muy graves y muy exigentes, de esas que te obligan a leer, a estudiar y a comprender antes de dar un solo paso. Pero era domingo. Fiesta de guardar. La calle la esperaba.

Había descubierto que caminar sin dirección ni destino, sin objetivo previamente marcado, le regalaban las mismas sensaciones que nadar; cada paso, como cada brazada en la piscina, pesaba en sus extremidades y pasado un rato de pasos o brazadas su cabeza ya solo podía concentrarse en el siguiente paso, en la siguiente brazada, ya no había lugar al hervidero mental que tanto pesaba, ya solo era cuestión de dar un paso más, una brazada más y así hasta que la relajación llegaba a la última de sus neuronas; era entonces el momento de sentarse a disfrutar de la paz mental… antes de que la vida y sus cosas volvieran a encender el fuego de sus inquietudes.

Paz mental… ¿por qué era tan difícil de conseguir? La vida se había ido rebelando, con el paso de los años, como un continuo y constante up & down que a los 18 es una divertidísima montaña rusa y a los 48… A los 48 buscas el modo, la forma y la manera de que los up y los down sean suaves, ligeros, soportables… para que el día a día sea un remanso de paz, de paz mental.

Claro que la vida tiene sus planes y tu paz mental no siempre están en ellos; y entonces una problema, y entonces una gran noticia, y entonces un evento, y entonces un accidente, y entonces… y entonces sigues en la montaña rusa de los 18 pero ahora no resulta tan divertida no porque temas más, que también, sino porque la complejidad de la vida hace aparezca un inconveniente tras cada up y que en los down lleges a sentir el olor del suelo en la punta de la nariz.

Sonrió para sí misma al darse cuenta, recorridos ya 5 kilómetros, de que la vida era como la glucemia de su hijo, un caballo salvaje al que había que domar a golpe de rutinas, deporte, raciones y dosis de insulina, uno que cuando se va a hiper te hace tocar el cielo eléctrico y tormentoso de las tormentas entre rayos truenos y otros miedos y que cuando se va a hipo te hunde en el infierno más ardiente, sedante a insoportable… Y ahí tú, tratando de domar a la bestia, de suavizar las subidas de la montaña rusa, de templar las bajadas, de mantenerte en línea con la vida… con tu paz mental.

¡Qué cansado es vivir, coño! gritó un hombre ya mayor agitando su bastón en el aire… ¡ anda, anda, peor es la muerte! le respondió una mujer, probablemente la suya, enganchándose de su brazo para bajar el bastón al suelo; sí, mujer sí, dijo él… y caminaron juntos calle arriba en un paseo que a ella, tal vez porque al día siguiente era 14 de febrero, le hizo pensar en San Valentín.



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