Rumor.
Érase una vez la historia de un rumor, uno más, que se vistió de noticia y se convirtió en engaño.
Se dice y se cuenta que –cuando el río suena… agua lleva-, una deducción lógica y sencilla, simple hasta el infinito además de naturalmente cierta la que acababa de plantear, aunque sería más exacto decir sentenciar, una mujer ya mayor, una señora elegante con su pelo bien teñido y un inconfundible halo de perfume caro –he ahí la clave del asunto– le respondió la mujer sentada frente a ella mirándola por encima de sus grandes gafas y del borde superior del periódico, –la naturaleza humana no es como un río, es mucho más compleja y cuando suena… no siempre es el rumor del agua-.
La mujer del periódico era más joven, aunque seguro que la niñez era ya un tiempo de lejano recuerdo en su memoria, y sus opiniones parecían incomodar a la buena señora que defendía la sabiduría popular con notable empeño –tú siempre poniendo peros a todo, mira, cuando algo se dice es por algo, la gente no se inventa las cosas-, una sonrisa jocosa se escapó por los bordes del periódico, –eso es cierto, la gente no se inventa las cosas, las deduce-. La mujer mayor alargaba el brazo alejando ligeramente su teléfono de sus ojos tratando de encontrar el punto justo en el que el borrón que veían en la pantalla se convirtiera en letras legibles delatando así la necesidad de las gafas que sin duda llevaba en el bolso pero, por absurda coquetería, se negaba a utilizar –rumores ha habido siempre– sentenció de nuevo con ánimo de zanjar la conversación, claro que su acompañante no estaba por la labor, había doblado el periódico y lo había dejado sobre la mesa, se había quitado las gafas y parecía lista para la batalla.
–Rumores ha habido siempre, tienes razón, sólo que antes eran palabras de esas que, llegado el caso, se las lleva viento mientras que ahora los rumores se ponen negro sobre blanco, se escriben, se publican y ahí quedan por siempre jamás, lo máximo que puedes esperar es que los entierren rumores nuevos-; había estallado la guerra -¡anda!- dijo la mujer mayor dejando el teléfono sobre la mesa toda vez que ya había leído los últimos rumores del día –¡cómo si antes los rumores no hiciera daño! tú eres joven para acordarte pero Mari Tere, la sobrina de Juana la de la mercería, estuvo a punto de casarse con Gonzalo, el de la casa grande, y no se casaron porque en el pueblo se decía que la Mari Tere…– La mujer del periódico dio un respingo, puso los ojos en blanco y cortó a su acompañante con un gesto y un sonoro –¡basta ya!– para luego aclarar –ya conozco la historia de la pobre Mari Tere que sin romper un plato parece que ha roto la vajilla entera y desde luego ha dado entretenimiento al pueblo durante años, pero ahí lo tienes ¿todavía vas a defender los rumores? Las palabras nunca se las ha llevado el viento, mamá, pero ahora menos que nunca, con suerte las entierra pero el daño que causan… ese ahí queda-.
Entonces entró en la cafetería una mujer joven con un niño pequeño, junto a ella, tendría unos diez años, el pequeño miró hacia la televisión encencida en la que se veía un programa de noticias y dijo –¿por qué los periodistas son tan odiosos?– la mujer que lo acompañaba lo miró levantando las cejas al tiempo que abría su cartera y se veía su carnet de prensa, el niño la miró con cierta expresión de lamento en sus ojos –si a esa familia se le ha muerto un niño que los dejen en paz, ¿no?-. Mientras se sentaban y esperaban que le sirvieran el desayuno que acababan de pedir la mujer comenzó a rebartir la terrible opinión del niño que bien podría ser su hijo ante la atenta y curiosa mirada de las dos mujeres de la mesa de al lado, -el periodismo es necesario, cariño ¡muy necesario! la información es fundamental para entender lo que pasa en el mundo…- mientras le hablaba la mujer vio que el niño miraba de nuevo a la tele con gesto triste, ella giró la cabeza y miró también… –pero sí– acabó diciendo –a veces el periodismo no es lo que debería ser ni como debería ser-.
Las dos mujeres que habían estado discutiendo acerca del valor de los rumores se levantaron y, mientras se ponían sus abrigos para salir a la calle, la más joven comentó en voz baja a su acompañante –son los rumores, mamá, te lo he dicho, hasta un niño puede verlo, se hace de los rumores noticias y claro…-. Su madre la miró y comentó entre dientes –si sólo fuera eso…-.